Lo mejor de 2016

Opinión

Llevaba yo tres días abriendo mi correo electrónico lo menos posible, y sólo cuando me sentía emocionalmente estable (es decir muy temprano, antes de las 7 am). Me daba miedo encontrar ahí el mail que todos los colaboradores de revistas y periódicos recibimos en estas fechas: “Nos gustaría que nos ayudaras a hacer una lista de lo mejor de 2016: el mejor disco/libro/película/exposición que hayas escuchado/leído/visto este año”.

Este año, más que ningún otro, me daba miedo recibir ese mail porque intuía que me enfrentaría a una evidencia fatal: que cada vez tengo menos relación con el año en el que vivo. Es decir: que cada vez estoy más viejo, o más muerto por dentro, o ambas.

En cuanto recibí el dichoso correo pensé inmediatamente en un puñado de libros, discos y películas “de hace poco”. Después de una rápida googleada comprobé que la mayoría, aunque a mí me sabían a flamantes novedades, eran de 2014. Había uno de principios de 2015. Por supuesto, me apresuré a formular el pretexto típico: ¡es que en 2016 me he dedicado a revisitar a los clásicos! Así que decidí hacer una lista de todos los inmortales clásicos revisitados en 2016; quizás la institución cultural que me había pedido mi lista se daría por satisfecha con esa estrategia medio tramposa. Fue una lista más bien magra, o sea que en 2016 hice muchas cosas, pero revisitar a los clásicos no fue una de ellas.

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El correo para pedirme mi lista personal de lo mejor del año tuvo el efecto que había anticipado con mi miedo: me forzó a hacer un recuento y a comparar este año que llega a su fin con los anteriores. Y en esa comparación, invariablemente, siempre termino sintiendo que el año que termina fue, en resumidas cuentas, un desperdicio, un despropósito, una muerte cerebral absoluta.

Qué llena de gloria y júbilo me parece, desde aquí, la producción cultural del año 2014 —sí, ese mismo año que, hace 24 meses, me parecía tan desabrido y mediocre—. Será que vivo dos años tarde, y que dentro que dos años viviré tres años tarde, y así sucesivamente, cada vez más tarde con respecto a todo, viviendo una vida que debí haber vivido antes, leyendo los libros y vistiéndome según la moda de una época moderadamente pretérita, que ni siquiera alcanza a ser retro.

Lo mejor de 2016 es que se está acabando, finalmente. Tal vez dentro de cinco años, cuando me llegue un correo pidiéndome una lista de lo mejor de 2021, me vendrán a la cabeza, como si saliera de golpe de una amnesia profunda, todos los recuerdos felices, los viajes, las lecturas, los restaurantes, los discos, las películas, las exposiciones y los paseos de aquel mágico y remoto 2016: el año más rutilante y fértil de mi arrebatada juventud, que ahora despido con pasmo y tristeza citando a San Agustín: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.