Medicina reproductiva o la angustia del límite

Opinión

Es conmovedor el afán que tiene la especie humana de reproducirse, sobre todo cuando ya no puede hacerlo o cuando las manecillas del reloj biológico acaban de rebasar el límite mostrando, como quien no quiere la cosa, la cercanía de la muerte. En nuestros días, la ciencia consiente todo tipo de excentricidades en ese rubro, y la gente, cuando tiene los recursos, se tira de cabeza hacia sus seductoras ofertas. La medicina reproductiva es un negocio pujante. El sector de la población del cual se nutre, está constituido por hombres y mujeres maduros que pretenden desafiar tanto las leyes de la biología como las de la edad.

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Mi generación, la de los nacidos en los años 70, fuimos padres tardíos. Reventamos hasta agotarnos las neuronas, viajamos, estudiamos y, cuando agotados por ese estilo de vida no tuvimos más remedio que permanecer en casa, se nos ocurrió ponernos a amamantar y a cambiar pañales a pesar de nuestro innegable dolor de espalda. Sin embargo, para algunos de nosotros la cosa no fue tan sencilla. O bien no tenían pareja con quién perpetuar sus genes, o bien su cuerpo se negaba a embarazarse. Varias amigas mías cayeron en la tentación de ser madres de último momento. Y más de una tuvo un embarazo múltiple. Hubo otras, sin embargo, que casi mueren en el intento, después de dejar en clínicas muy prestigiosas de Europa y Estados Unidos la totalidad de sus ahorros. A una de ellas llegaron a sugerirle que no volviera a utilizar sus propios óvulos por más que tuviera como donante de esperma al mismísimo Bill Gates dando por hecho que sólo así valdría la pena su esfuerzo. Toda esa gente intentando dar continuidad a su apellido y a su genética me  lleva a pensar inevitablemente en la sobrepoblación, en todos los niños sin padres que merecerían ser adoptados, y en lo complicados y absurdos que son los trámites para poder hacerlo. Qué lástima que sea tan difícil reunir a esas hordas de necesitados que tanto bien se harían mutuamente.