Hoy celebramos…

Opinión

Cuando era niña, mi madre nos decía que nuestro cuerpo era solo nuestro y que nadie tenía derecho a tocarlo. El Estado y sus representantes, la Iglesia y sus líderes, decían que las niñas y niños deben mantener su inocencia y para ello no habría que creerles porque tienen fantasías locas. Fue así que millones de niñas y niños violados no fueron escuchados, se les abofeteó con la ignominiosa mano de la adultocracia cruel que protege al abusador. 40 años después, millones de madres y padres les dicen a sus criaturas que su cuerpo es bello, que es propio, que la violencia es siempre inmerecida.

Las cosas han cambiado porque alguien gritó en las calles, porque las feministas insistieron durante 100 años que la violencia comienza en el hogar, en los primeros años, en la negación de la diversidad, en el criadero de niños mutilados emocionalmente, de machos armados a fuerza de golpes y humillaciones; niños que para ser hombres debían negar su “Yo emocional”, su forma de amar y desear, su ternura y sus miedos. Las cosas han cambiado porque cientos de miles de feministas en todo el mundo han vivido dando el ejemplo de la congruencia, educando a hombres cuya masculinidad no está en juego por demostrar su sensibilidad, por elegir el erotismo en lugar del sexo violento y desalmado. Porque esas feministas (a las que algunos detractores machos, misóginos y homófobos han puesto motes bobalicones que no vale la pena repetir siquiera), educaron a su vez a miles de mujeres para ser madres diferentes, para enfrentar a una cultura que somete a las mujeres para reconvertirlas en hembras vestidas de rosa, como la flor más dulce. Son las feministas y nadie más, quienes han logrado que millones de hombres se redescubran, se sepan diferentes, reconozcan su diversidad, su derecho a ser feministas, o igualitarios, como a algunos les gusta llamarle a esta filosofía que propone un mundo en el que nadie esté por encima de nadie. Con una fuerza avasalladora y brillante como una estrella fugaz que nunca se detiene al rodear la Tierra, el feminismo ha tenido logros impresionantes que cada vez más personas reconocen aunque le teman a la palabra “F”, como si de una letra escarlata se tratase, como si tuvieran miedo de que los representantes del más puro patriarcado capitalista, como Donald Trump y sus trolls, les fuese a arrebatar su dignidad humana por reconocer que han aprendido a ser mejores ciudadanos gracias a la fuerza de las mujeres decididas a cambiar los paradigmas culturales.

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Así los vimos, como nunca en la historia del feminismo, guiados por las mujeres, los hombres de todas las edades marchando, caminando abrazando y gritando consignas en México, en Estados Unidos, en Canadá, Alaska, Gran Bretaña, Suecia, España, India, Palestina, Colombia, Argentina…el mundo entero miró con asombro a estos hombres y mujeres que, de pronto, al enfrentar a la tiranía machista y racista hecha presidente, marchaban con consignas de libertad e igualdad, portando gorros rosas en forma de vagina (pussy), para decir que el sexo de las mujeres no es algo que ni el Presidente del país más poderoso de la tierra, ni el más miserable hombre de la esquina puede agarrar porque les da la gana. El símbolo se hizo poder. Mientras miraba conmovida a cientos de miles de padres de todas las razas cargando a sus niños y niñas en hombros, abrazando a las mujeres u hombres que aman, gritando a toda voz que las mujeres no son objetos sino sujetos de derecho, que el feminismo ha llegado al mundo para cambiarlo, que sin las mujeres feministas libres, fuertes y poderosas habría menos guerras y más hogares felices, noté que los colegas periodistas que otrora dudaban de qué lado colocarse, estuvieron allí, despertaron. Sí, es el primer día del despertar, sin duda, pero en estas marchas por fin el mundo descubrió el aporte del feminismo a la unión. Porque es un movimiento que nace del reconocimiento pleno de la diversidad, de la igualdad, de la justicia. Ciertamente el estado de las cosas no cambiará de la noche a la mañana, pero algo cambió, escuchamos el crujir de un paradigma que se rompió en el centro y eso hay que celebrarlo.