Paren su tren hacia 2018

Opinión
Por: Wilbert Torre

Llegamos tarde a Veracruz. Había anochecido y todos los periodistas se habían adelantado cuando salí del hotel por un subterráneo y lo que vi me dejó perplejo: a la orilla de la playa, miles y miles de veracruzanos cantaban, bailaban y se mecían sobre el malecón y las calles aledañas, como una descomunal serpiente. Al fondo, gigante y diminuto por la distancia, Vicente Fox tomó un micrófono, con la manaza pidió a la multitud que se tranquilizara, y gritó: “¡Este cambio ya no lo detienen ni Labastida, ni el PRI, ni Juanga y su cancioncita mamucaaaaaa!”

“Ni Temo, ni Chente, Panchito será presidente”, cantaba Juan Gabriel en esos días del año 2000, en los mítines de Francisco Labastida Ochoa, el insípido y envejecido candidato de un PRI de setenta años. Fox no se hacía acompañar por artistas porque era el hombre orquesta: en Hidalgo tocó un trombón, en Morelia pateó un ataúd del PRI y en Yucatán, espiado por las cámaras del gobernador Víctor Cervera, le arrancó la cabeza a un dinosaurio.

Fox era un showman, un payaso, un anti político que desbordaba carisma, ¿pero era suficiente para derrocar a un partido que había perfeccionado el arte del poder a perpetuidad? Martha Sahagún y Paco Ortiz sabían que no, y por eso habían explotado la imagen del hombre Marlboro que vestía jeans, botas, andaba a caballo y tenía una bocaza del tamaño de Mohamed Ali: el tipo que encauzaría la inconformidad de un país y lo llevaría a liberarse de la dictadura perfecta.

Regresamos de Veracruz y unos días después Fox encabezó su penúltimo acto de campaña, una marcha por la Ciudad de México, y los desdeñosos chilangos atestaron Insurgentes. Había meseros encima de las mesas, señoras con sartenes en las banquetas, niños en los hombros de sus padres y cocineros en las azoteas. Impresionante, la columna se extendía de Insurgentes Sur hasta la Avenida Reforma.

Tres días antes de las elecciones, mis jefes en el diario Reforma me citaron para conversar. Me pidieron un pronóstico de la elección y les dije que no podía dárselos, pero que si servía de algo podía decirles que en las calles del país se vivía algo que no había visto jamás. No era Fox, sino la gente. El hartazgo de que se respiraba en los mítines y que encontraba un desahogo en la locura del candidato de las botas.

Los editores terminaron de escucharme sin afán y después echaron mano de un mapa del país tapizado por números. “Labastida va a ganar”, dijo uno de ellos y recitó nombres de una decena de estados, acompañados por estadísticas: la maquinaria del PRI se había echado a andar para catapultar millones de votos al candidato del régimen.

Ya sabemos como terminó este cuento: contra todo pronóstico y maquinaria, Fox derrotó a Labastida, echó al PRI de Los Pinos y después vino la decepción: el gran candidato se transformó en un gran fiasco en la presidencia.

Hace unos días, en una reunión de cumpleaños, varios amigos hicieron pronósticos de las elecciones del 5 de junio,  y yo, aguafiestas, dije que no podía predecir qué partidos ganarían, pero que percibía en el país el mismo hartazgo y el ambiente crispado del año 2000.

El PAN logró una victoria histórica en 7 estados y el PRI vivió una de las más grandes humillaciones en sus casi nueve décadas.

¿El resultado de las elecciones es consecuencia del mal humor que advirtió el presidente Peña? ¿Neta es sólo mal humor?

No me alegra para nada el triunfo del PAN porque lo veo bajo una aritmética del pesimismo: Si pierde el PRI y gana el PAN, el país pierde, porque PRI+PAN o PAN-PRI equivale al mismo camino recorrido: más corrupción, más complicidades, más alianzas turbias, más de lo mismo.

La gran noticia del domingo 5 de junio no es el regreso del PAN, sino la comprobación de que la sociedad está viva y echando del poder a los malos gobiernos, aunque sólo los haya sustituido por candidatos iguales o peores: Veracruz se libró del PRI de Duarte, pero cayó en las garras de Yunes, un exPRI con las mismas mañas de sus ahora archienemigos.

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Que no se auto engañen Ricardo Anaya ni Margarita Zavala: los resultados de la elección no son consecuencia de grandes gobiernos del PAN, sino del hartazgo de la gente, que, sin tener a dónde más voltear eligió a 7 candidatos de Acción Nacional, algunos de ellos con sangre priista.

Que tampoco se la crea Peña y le pase a Beltrones todos los platos rotos: detrás de los votos de esta elección subyace la imagen del presidente peor calificado en los últimos cinco gobiernos.

Es imposible predecir quién ganará en 2018 y ni siquiera importa. Lo trascendente es lo que revela el hartazgo de la gente contra la impunidad y la corrupción que han transformado en una mafia el sistema de partidos.

Como ocurría hace décadas cuando pensábamos que jamás sería posible revertir la historia de fraudes electorales, hoy creo que sólo es cuestión de tiempo construir con el impulso de la sociedad –como ya está sucediendo–, un sistema de transparencia que encienda la luz en el cuarto obscuro de la política y sirva como un instrumento para contener la corrupción, la impunidad, los excesos, los malos gobiernos.

Hoy el Congreso discute a destiempo no de un año, sino de medio siglo, un Sistema Nacional Anticorrupción que exhibe ante la sociedad qué partidos y qué políticos rechazan la transparencia en el servicio público. La Ley 3de3 es un buen principio, pero frente a la realidad del país el Congreso debería estar discutiendo reformas más hondas para elevar a delitos graves el peculado y el cohecho.

¿De qué sirve que Javier Duarte presente sus tres declaraciones si puede desviar 35 mil millones de pesos sin que exista una ley que lo castigue?

Ese es el tipo de cosas que el hartazgo de la sociedad deberá impulsar hacia la elección de 2018.