Antes de no querer darle el paso a una ambulancia, acompañanos a leer las historias y los tragos amargos por los que a diario pasan los habitantes del ERUM.

Los habitantes del… Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas

Ciudad

Antes de no querer darle el paso a una ambulancia, acompáñanos a leer las historias y los tragos amargos por los que a diario pasan los habitantes del ERUM.

Desde 1976, el ERUM atiende casos de emergencias médicas en la Ciudad de México. Cuentan con 22 ambulancias y 470 elementos divididos en 5 turnos, los cuales trabajan de manera árdua los 365 días del años con la finalidad de salvar vidas. Pero, a pesar de su noble labor, todos los días se enfrentar a la indiferencia de las personas, situación que en ocasiones complica su trabajo.

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A pesar de ello, estos héroes sin capa realizan su labor con el mayor optimismo, siempre con un pie adelante, ya que se especializan en varias cosas, como el servicio de rescate vertical, utilizado en zonas como en el Centro donde el acceso es por escaleras y no puede acceder una camilla. Otra de sus funciones es el rescate subacuático o el de personas atrapadas en maquinaria industrial y escombros, por mencionar sólo algunas de sus especialidades.

Pero mejor que sean ellos quienes nos cuenten sus historias diarias realizando esta heroica labor.

A bordo de la ambulancia

Son alrededor de las 12 del día, un automóvil chocó en Iztapalapa, al parecer hay heridos. Ante la emergencia acude Guido Sánchez Coello, quien desde hace cuatro años es el director ejecutivo del ERUM. Aborda una ambulancia, enciende la sirena y a toda velocidad se va abriendo paso en el tráfico.

Algunos automovilistas se hacen a un lado para que el vehículo avance; sin embargo, otros hacen caso omiso, esa es una de las dificultades a las que los paramédicos del ERUM se enfrentan cada vez que acuden a atender alguna emergencia. Guido comenta que al día reciben alrededor de 300.

Para evitar el tráfico, se han tomado otras medidas: además de atender a los heridos en sus 22 ambulancias, lo hacen con motocicletas conducidas por un médico o paramédico, y en el perímetro A del Centro Histórico lo realizan a bordo de bicicletas.

“75% de los casos se resuelve en el lugar sin requerir traslado; eso ayuda a optimizar recursos y no saturar las salas de emergencias”, comenta el director.

De pronto, suspende la charla porque logró llegar al lugar de la emergencia. Para su sorpresa, es falsa como 30% de los casos que diario llegan al 911, “esta situación afecta nuestra operación porque distrae los recursos de lo que sí puede ser una situación real”, dice decepcionado.

Además, cada minuto que pasa puede ser la vida de una persona. Deben acudir a los sitios de emergencia a máxima velocidad, muchas veces arriesgando su vida.

Perdió la cuenta los bebés que ha traído al mundo 

Sentado en un pequeño escritorio, se encuentra el doctor Miguel Ángel Suárez Aguilar a la espera de un suceso. Al levantarse de su asiento deja al descubierto su gran estatura. En seguida, con voz muy suave y pasiva, recuerda el día que ingresó al ERUM.

“Fue en abril de 1990, ese día me tocó atender a dos menores atropellados; tuvieron lesiones leves, pero por la edad fueron trasladados a un hospital”, comenta mientras agarra un paño para limpiar los cristales de sus anteojos.

En más de 20 años realizando esta noble función, “el doc” —como le dicen los otros habitantes del ERUM— ha tenido la oportunidad de atender varios partos fortuitos, es decir, en las banquetas, en el transporte o donde les agarre a las madres.

“Un evento obstétrico es algo muy especial, en ocasiones nosotros también pujamos con la paciente. Ver la cara de alegría de la mamá cuando nace el bebé te da la satisfacción de decir: sí se pudo. Es una felicidad indescriptible”.

Por desgracia, hay sucesos no tan felices que también se han quedado en el recuerdo del doctor Miguel Ángel, “uno de ellos fue en una explosión donde varios de nuestros compañeros bomberos perdieron la vida.

También recuerdo el día que solicitaron el apoyo porque una menor de tres años estaba inconsciente. Cuando llegamos, la niña ya estaba muerta. Ella, junto con su hermana estaban a cargo de su tía porque la mamá tenía que ir a trabajar.

Los familiares nos refirieron que mandaron a la menor a comprar cigarros y que fue atropellada, pero las lesiones no correspondían con esa versión, por lo que detuvieron a los familiares. Al realizar la interrogación la otra hermana refirió que los tíos y el primo abusaban sexualmente de ellas y al negarse la golpearon hasta matarla”, dice con suma tristeza.

Para poder sacar un poco de la frustración y tristeza que situaciones como esta deja en los paramédicos, el doctor Miguel Ángel dice que: “la comunicación entre nosotros ayuda mucho, de esa forma vamos canalizando y así no nos llevamos la carga a la casa”.

 

Además de salvar vidas, también corre

Además de salvar vidas, algunos habitantes del ERUM combinan esta actividad con otras. Guillermo Chincolla Laredo saca el estrés y las presiones de su trabajo corriendo todos los días alrededor de dos horas y media.

Guillermo —de complexión delgada— tiene alrededor de 40 años. Recuerda con precisión y sin dudar su primer día en el ERUM, “nadie de los que estamos aquí se nos olvida nuestro primer caso. El mío fue el 1 de mayo de 1992: salió la emergencia de un atropellado en el cruce de las avenidas Revolución y Jalisco; nunca había visto a un accidentado y me quedé como referí de las luchas, nada más viendo”, cuenta mientras se conmueve al recordar. Además comentó lo que pasa cuando eres primerizo: “No sabes qué hacer, te hace falta la capacitación que ahora existe”.

Pero muy lejos quedaron esos tiempos en que se ponía nervioso al atender una emergencia, ahora lo disfruta mucho: “ver la cara de alivio de la gente cuando llega una ambulancia y ve entrar a los paramédicos me llena de mucha satisfacción; como dice el comercial, no tiene precio”, comenta con mucha alegría.

Ante la idea de que algunas personas creen que cuando una ambulancia va por las avenidas con la sirena encendida es para ahorrarse el tráfico o pasarse los altos, Guillermo dijo lo siguiente: “En ocasiones apagamos la sirena cuando cruzamos un semáforo o una avenida, porque por radio nos indican que la emergencia pasó o que fue falsa alarma. Además nosotros sólo recibimos órdenes y no podemos hacer uso de los vehículos de manera particular”, dice.

De manera regular, Guillermo atiende casos geriátricos. Dice que la mayoría de los enfermos sólo quieren ser escuchados, “algunos hasta nos dan la queja y nos dicen que sus familiares no les hacen caso, es una manera de llamar su atención”, comenta.

Y recordó el día en que le ganó a un padre el alma de un viejito: “Un día estaba un paciente con baja de azúcar y los familiares ya lo daban por muerto. Le empezamos a meter glucosa y a la media hora reaccionó. Ya hasta le habían hablado al padre, quien con una palmada en la espalda me dijo: ‘me lo ganaste, hijo’”, comenta y echa una sonrisa.

Siempre al teléfono para atender la emergencia 

En una pequeña habitación con muros en color blanco se encuentra la Base ERUM. Como si fuera música de fondo, a lo lejos se escucha el timbrar de los teléfonos que denotan posibles emergencias, las cuales atienden seis Radio Operadores. El encargado de ese turno es Martín Gustavo Méndez Martínez, quien desde hace 24 años se encuentra habitando este lugar.

Aunque comenta que llegó a trabajar a la Secretaría de Seguridad Pública cinco años antes, posteriormente llegó a trabajar al ERUM como operador de ambulancia, “he sido jefe de sección y jefe de ambulancia”, comenta con voz muy seria.

Actualmente, “recibimos las emergencias que llegan al 911 a través de un despliegue de unidades decidimos que unidad está más cerca del servicio y la mandamos”, de esta manera describe sus funciones.

En tantos años de labor, recordar sólo una historia le resulta un poco difícil, aunque siempre hay una que marca más que otras, como la vez que Martín acudió a rescatar un bebé, “aventaron a un recién nacido entre dos edificios. Con el uso de unidades especiales para hacer boquetes se logró rescatar al niño con vida, fue el primero de enero de 2006”, comenta sin hacer ningún gesto.

Martín comenta que para llegar a su trabajo recorre un camino de alrededor de 40 minutos, se levanta a las cinco de la mañana para poder llegar a tiempo a hacer lo que más le gusta: ayudar a los demás, “pienso que uno de los mejores trabajos es el servicio paramédico; a lo mejor no es muy reconocido, pero la satisfacción personal que nos da el servicio diario es importante”, dice.

(Foto: Guillermo Gutiérrez)