La colonia Roma guarda un secreto, un espacio que pareciera haberse escondido por siglos, intentando salvarse del cambio voraz y de la gentrificación
Por Raulí Monteros*
La gente anda por la colonia Roma entrando y saliendo de sus cafeterías con menús en inglés, sus tiendas con precios de más de tres cifras, sus habitantes extranjerxs, pero casi nunca reparan en los callejones que interrumpen las banquetas de las calles Puebla, Durango, Morelia y Av. Cuauhtémoc, los cuales desembocan en una especie de dimensión paralela, de Triángulo de las Bermudas, o más bien de “Rectángulo de Chilangolandia”.
Dentro de ese cuadrante, las cosas parecieran empequeñecerse, las calles se convierten en callejones (San Cristóbal, Guaymas, Romita, Durango) y las casas son de uno o dos pisos. También, por segundos, da la impresión de haber viajado en el tiempo: la arquitectura, el silencio, el tipo de negocios hablan del pasado, huele a otras épocas.
En su centro hay un placita y en ella, una de las edificaciones más antiguas de la CDMX, la Rectoría de San Francisco Javier, también llamada Capilla de la Romita. Su bóveda catalana data del año 1530, aunque la dedicación (de la cual toma el nombre) se le asignó hasta 1929.
Al costado derecho del templo una postal: tipografía roji amarilla estilo años 50 anunciando “Tortillería Nelly” (que por cierto tiene medio siglo de antigüedad) y al lado un mural con personajes en tonos verdes, azules, morados, un gallo y sobre una puerta la leyenda “Los Olvidados”, porqué sí, varias escenas de la película con ese nombre, un clásico del director Luis Buñuel, fueron filmadas acá.
Una historia aparte
La Romita lleva siglos en el centro de la metrópoli, pero de alguna forma siempre apartada de sus dinámicas. Primero dentro de la Gran Tenochtitlán, como un pueblo independiente llamado Aztacalco, nombre que se traduce al español cómo “en la casa de las garzas”. Durante el virreinato fue parte de la Nueva España, pero permaneció como un área reservada para la población indígena.
Por estos lares del mundo siempre se han dado los apodos basados en semejanzas y esta costumbre es la que dio pie al nombre del barrio: algunas personas empezaron a decir que se parecía a Roma, la ciudad italiana, pero en chiquito, sobre todo una ermita que estaba por acá y también una carretera que pasaba cerca.
Cuando la zona fue fraccionada para crear un vecindario de clase alta, el pueblo que hoy es La Romita se resistió a dicha imposición, al desplazamiento, al distanciamiento de su forma de vida, quedando separado socialmente de la colonia a la que hasta la actualidad pertenece de manera oficial. La Roma fue creciendo y poco a poco gentrificándose de manera casi uniforme.
La Romita también cambió, pero como una historia aparte. Se construyeron algunas unidades habitacionales pensadas en la clase baja, abrieron unos cuantos negocios, pero el estilo de vida, el ambiente de barrio, permaneció casi igual.
¿Qué hacer en La Romita?
Los sábados y domingos puedes echarte un tlacoyo, un sope, tacos en un mini corredor garnachero que se instala sobre la Capilla de la Romita, tomar un jugo natural o comprarte un pan recién hecho, un refresco, unas papas en la Miscelánea Plaza La Romita y admirar los murales de la zona.
Otra opción es sentir la tierra, deleitarte con el aroma de las hierbas, llenar tus ojos de verde en el Centro de Agricultura de Huerto Romita. Tienen talleres y eventos enfocados en modificar las dinámicas de consumo urbano en prácticas más sustentables y conscientes del valor de la agricultura nacional. Por ejemplo, puedes aprender a crear un huerto casero en macetas, nos comenta Nayeli Real, directora de este espacio.
Hay animales que se defienden de sus presas huyendo, otras permaneciendo ocultas, silenciosas, gracias a ello, pueden conservar su vida, quiénes son. Supongo que también puede pasar lo mismo con los espacios.
- Aztacalco (la casa de las garzas) fue uno de los islotes que rodearon a Tenochtitlán. En este espacio se comerciaba y mantenía contacto con la gran capital mexica
- Además de la película Los Olvidados, del cineasta Luis Buñuel, a la plaza Romita también se le conoce por la evocación de José Emilio Pacheco en su novela Las Batallas en el Desierto
*Texto adaptado para Chilango Diario