FOTO: BRYAN RIVERA

Un coleccionista de música callejera 

Por: Redacción

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Julián Huerta es todo un arqueólogo musical dedicado a rescatar los sonidos de la CDMX. Tiene grabaciones en la calle, fiestas tradicionales y discos antiguos

Por Bryan Rivera

“Esta canción se llama ‘Para un compa’”, se escucha decir a un músico en una grabación. Arranca con su guitarra y una armónica esta pieza de rock urbano creada por Arturo Meza. “Mazahuas mendigando en la ciudad / Viejos teporochos en la pulquería / Macheteros sin macuarros en la cuerda floja / Mientras otro escarba en la basura”.

La áspera voz de este desconocido músico urbano imprime cierta autenticidad, como si la canción tuviera más peso sólo porque él la canta desde su condición socioeconómica. 

Este audio es uno de los miles grabados por Julian Huerta, músico y sonidista de la Ciudad de México. Estamos sentados en una esquina frente al Jardín Pushkin, en la Doctores, una de las colonias donde docenas de músicos van de restaurante en restaurante.

En una esquina, Julián tiene un pequeño negocio semifijo. Vende playeras, stickers y discos de vinil. Su local es como un pequeño santuario de la música en esa colonia que aglutina a 41,900 habitantes, según el INEGI, sin contar las miles de personas que transitan por ahí diariamente. 

Con su proyecto Basuritas Récords lleva más de dos décadas registrando a músicos urbanos. Durante el 2001, a sus 15 años, comenzó a archivar samplers de discos y películas, así como a grabar sonidos urbanos que utilizó en distintos proyectos de los que formó parte, como Sonido Gallo Negro. 

Recorrió docenas de colonias en la capital. Se detenía en un puesto de tacos, cuando un artista urbano pasaba entre las mesas; grababa desde los mariachis de Garibaldi hasta esa persona que va cantando mientras camina.

Viajó por varios estados entre 2010 y 2016, “puebleando, buscando fiestas, músicos, y así fui grabando muchos músicos” de Chihuahua, Chiapas, Oaxaca, Michoacán, incluso Guatemala. Sobre todo, recorrió pueblos donde músicos locales ejercen un papel fundamental en la interacción comunitaria, asegura junto a su pequeño negocio, mientras amasa su espesa barba sentado en un banquillo con la pierna cruzada.

Reunir sonidos

“Hay una canción, que es la que más me duele”, se escucha decir en otra grabación a una persona que, por su arrastrada, plana y aguda voz, presumo adulto mayor, “que es la que más me gusta: ‘Papi di porqueeé niños como yo nooo tienen con quién jugar, o también quieren una mamá / Yo no sé porqueeé mamá al cielo tuvo que iiir / A papá le voy aaaa pedir que me deje ir con mi mamá’”.

Se trata de una versión de “Un día con mamá”, de Cepillín, transmitida por ese artista urbano, cuyo rostro sólo puedo intentar imaginar, con la misma dureza de aquel triste payasito televisivo.

Julián comenzó a reunir sonidos por  “la necesidad de conocer, de estar ahí, de presenciar cómo se tocaba esa música” que muchas veces preferimos ignorar. Desde niño ha tenido una magnética atracción hacia la música. Solía maravillarse de las composiciones que no entraban dentro de los cánones y parámetros de la industria musical. 

“Me pareció muy interesante que en México hubiera una diversidad de música tan grande que no sólo fuera el mariachi, el son, sino que había infinidad de otros ritmos, melodías, que estaban ahí, muchos que estaban desapareciendo”, explica a Chilango Diario.

Julián resalta las diferencias sonoras entre la Ciudad de México y otros estados. Aquí ocurren miles de situaciones simultáneamente, al instante: miles de sonidos, máquinas, personas caminando, autos, comercios, una dinámica que sirve “a una ley, a una forma económica” de ciudad capital. 

En una comunidad anclada en alguna sierra domina la naturaleza. En cambio, en la capital la música se ejecuta desde el ruido cotidiano; y la música en vivo, desde un enfoque masivo, espectacular. En los pueblos es principalmente comunitaria, no simplemente por reunir a grupos de personas, sino porque ejerce un papel fundamental en sus ritos. La guitarra, la tuba y la tambora suenan en misas, rosarios, bodas y cuanta fiesta ocurra, de la mano de un puñado de bandas locales, con repertorios y ejecuciones apegadas a sus tradiciones. 

Nuestra memoria en un archivo

Documentar a artistas urbanos es una forma de resistencia hacia nuestra propia obstinación por intentar ignorar a estos músicos cuando pasamos o pasan junto a nosotros, pues solemos percibir sus interpretaciones como una interrupción, como un ruido molesto.

“Parte de los músicos de la ciudad pasan desapercibidos, y más los que tocan canciones no tan populares. La gente, yo creo, está más interesada en otras cosas que en querer saber la historia de esa canción”.

Con su grabadora, Julián persigue la autenticidad, la peculiaridad. “El hecho de tú registrar ese tema y guardar esa memoria que casi nadie lo ha hecho, esa grabación ya adquiere otra aura”.

Julián comparte sus archivos en portales como Soundcloud, con Tokonoma Récords o bajo su sello Basuritas Récords en Mixcloud. También hay grabaciones suyas en la exposición de “Textiles y fiesta”, en el primer piso del Museo de Antropología.

Está a punto de llover. Julián se levanta y lentamente comienza a recoger las cajas que tiene afuera de su negocio. La gente sigue pasando. La ciudad no deja de hablar. Y Julián sigue persiguiendo esas voces con su grabadora. “Que se genere una memoria de eso”.

El puestito de metal donde Julián Huerta abrió su tienda de música no convencional Basuritas Récords, en la esquina de Avenida Cuauhtémoc y Doctor Navarro, era antes un puesto de tacos

  • Entre 2010 y 2016 Julián recorrió distintos estados del país buscando fiestas y reuniones religiosas, donde encontró la relación de la música con las comunidades