Contracultura pop | El gran, el único, el incomparable señor Berry

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El viernes pasado perdió la vida uno de los fundadores del rock and roll, el guitarrista Chuck Berry. Vamos a recordar una vida de claroscuros

No se puede decir que Chuck Berry haya sido el padre del rock and roll. Cuando empezó a grabar, en 1955, ya había circulado, cuatro años antes, la que, debatiblemente, se considera la primera grabación de rock and roll de la historia, “Rocket 88”, firmada por Jackie Brenson and his Delta Cats, que en realidad es un seudónimo utilizado por Ike Turner (el autor de la pieza) y su grupo, los Kings of Rhythm.

Lo que sí le brindó Berry a este género fue un impulso definitivo. Con su magnética y desafiante personalidad. Su desatada actitud sobre el escenario. Su habilidad para ejecutar la guitarra eléctrica, impulsada por su diminuto amplificador de bulbos, con la que trazó riffs inmortales y solos para marcar la historia. Y sus letras, diseñadas específicamente para el mercado adolescente de la posguerra.

Más allá de estancarse en discutir si Berry fundó o no el rock and roll, lo trascendente es la influencia que ejerció en un sinfín de artistas, incluyendo a los Rolling Stones, a los Beatles, a los Beach Boys, a Bob Dylan o a Bruce Springsteen, por mencionar a algunos que lo reconecen.

Y aunque todos los titanes de los 60 están muy endeudados con Chuck Berry —algunos incluso le robaron cínicamente canciones enteras—, la carrera de este pionero entró en un bache profundo en cuanto empezó esa década. Se metió en líos con la ley tras haber transportado a una chica de 14 años de un estado a otro, lo que le costó pasar algunos años encerrado en el reclusorio.

También se le acabaron las canciones inspiradas y los éxitos, salvo excepciones como “You Never Can Tell”, que posteriormente, en los 90, reviviría Tarantino para su película Pulp Fiction, en la memorable escena del concurso de baile en un merendero.

Durante la década de los 70 tampoco le fue particularmente bien. Si bien es cierto que no le faltó demanda a sus presentaciones, estas solían ser un desastre. Berry llegaba a la plaza con su guitarra y nada más. El promotor debía proveerle un conjunto local que se supiera sus canciones para que lo acompañara, con resultados muchas veces desastrosos.

En los 80 su reputación se recuperó al ser inducido de inmediato al Salón de la Fama del Rock, y gracias a la película Hail! Hail! Rock And Roll, documento del concierto que organizó Keith Richards para celebrar los 60 años de su ídolo Berry. Sin embargo, su imagen volvió a dañarse severamente al final de esa década cuando se reveló que había colocado cámaras de video en los baños de damas de su restaurante con fines voyeristas, lo que se transformó en 59 demandas de mujeres agraviadas.

Los escándalos no impidieron que recibiera todos los premios habidos y por haber. Que tocara para presidentes en la Casa Blanca (Clinton fue su gran entusiasta) o que el escritor Chuck Klosterman declarara que en 300 años Berry será recordado como el músico que mejor capturó la esencia del  rock and roll.

Hace poco, al cumplir los 90 años, anunció que publicaría un nuevo álbum, Chuck, el primero de estudio en casi medio siglo. Pero la muerte se le adelantó. No hubiera estado mal un regreso.