Tercera llamada, los asistentes de la Dama de Negro entran a la sala para presenciar un espectáculo fuera de este mundo.

Los habitantes de… La Dama de Negro

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Tercera llamada, los asistentes de la Dama de Negro entran a la sala para presenciar un espectáculo fuera de este mundo.

Con un particular frío que no se sabe si es por el aire acondicionado o por alguna otra causa, empieza la función. El escenario está conformado por un baúl —que sirve de mesa, cama, escritorio y carreta—, tres sillas y mucha imaginación, la cual es influenciada por los sonidos que se escuchan desde la cabina.

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Los asistentes que han visto la obra aseguran sentir que junto a ellos una respiración escalofriante, incluso algunos dicen sentir que alguien les acaricia la cabeza, sin saber quien fue, ya que la obra se desenvuelve en completa obscuridad; pero sus habitantes también tienen mucho por contar…

Controla el miedo y conoce las historias de los personajes que habitan esta terrorífica puesta en escena.

Confió sin importar las críticas 

A lo lejos, en una de las butacas, un hombre de mediana estatura y barba crecida, observa atento la obra; es Antonio Calvo, productor general de la misma, quien comenta que al principio no fue fácil montar un puesta de este tipo: “La gente se burlaba de mí, decía que nadie asistiría para ser espantado”, dice sin dejar escapar ninguna expresión.

La obra inicialmente se estrenó en Londres, “fue ahí donde uno de los hermanos Perrín la vio, compró los derechos y la trajo a México, pero por diversas circunstancias no pudo producirla; entonces me sentí en la necesidad de hacerlo, junté mis ahorros, vendí todo y la estrenamos el 17 de febrero de 1994 en el teatro Arlequín. Desde entonces, durante 23 años, el público ha disfrutado de la puesta cada fin de semana, comenta y ahora sí suelta un gesto de satisfacción.

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El protagonista de esta obra no podía ser cualquier persona: sin pensarlo mucho, Antonio invitó a un actor muy reconocido en México por sus películas de vampiros. “El papel no podía interpretarlo nadie que no fuera Don Germán Robles, nuestro Vicent Price mexicano”, expresa de manera apasionada.

El público empezó a identificar al actor con La Dama de Negro, habían promocionales en audio (que aún se usan) de él diciendo: “¿van a venir o tienen miedo?”. Los periódicos hablaban de la obra y algunos anuncios decían: “La Dama de Negro, infarto garantizado”.

Con el tiempo, la obra se popularizó y cada vez era más común ver a las señoras en las taquillas preguntar que si en verdad daba miedo. “Teníamos un taquillero muy alto y delgado, algo muy parecido a Largo de los Locos Adams, se acercaba a ellas y con voz espeluznante contestaba, ‘Sí señora, da miedo’, entonces las mujeres asustadas pedían un boleto”, comenta y echa una carcajada.

En los ensayos

Es domingo y van a dar las cinco de la tarde. Los actores Patricia Perrín, Ernesto D’Alessio y Ricardo Morell ensayan sus diálogos para la función de las seis; de pronto, se escucha el sonido de una carreta que distrae a Ernesto, quien pregunta “¿Escucharon eso?”, las pocas personas que se encuentran ahí responden que sí, por lo que sorprendido dice: “Lo mas chistoso de todo es que en cabina no hay nadie”.

De pronto, el ambiente se relaja y Ernesto vuelve a hablar: “En la función del viernes algo me aventó y caí hasta allá” y señala con el dedo un punto del escenario; ante ello, Patricia responde muy segura: “Fue La Dama de Negro”. Él afirma con la cabeza y continúan con el ensayo.

Por el puro gusto

Cuando la obra se montó por primera vez en la Ciudad de México, Óscar Guzmán era un chiquillo, recuerda las ocasiones que acompañó a su padre a las giras que La Dama de Negro tenía fuera de la capital. “Él era tramoyista y transportista de la obra, cuando viajaban, yo salía con ellos, me gustaba ver cómo transformaba esos lugares tan comunes en escenarios realmente macabros”, comenta mientras levanta el telón.

Óscar ahora tiene 34 años, entre semana trabaja como ingeniero en una dependencia de gobierno, y los fines de semana dedica su tiempo a realizar la magia que hace posible que los espectadores viajen a otras dimensiones por medio de su escenografía. “Además de subir y bajar el telón, me encargo de montar el escenario, llevar y traer la utilería, entre otras cosas” dice.

Comenta que hay escenografía y movimientos que él no realiza, pero que tampoco sabe quién lo hace, “es muy poca la iluminación, cuando necesito de ella utilizó una lámpara; por las prisas muchas veces ni la ocupo, sin embargo, alguien me ha alumbrado cuando lo necesito. Le he preguntado a mis compañeros si fueron ellos y responden que no”, comenta asombrado.

Se encarga de asustar a los asistentes

Con risas nerviosas y gritos de miedo, los asistentes de la obra responden a los ruidos que genera Ricardo Hernández con sus grabaciones. Él es el ingeniero de audio y habita esta puesta desde hace dos años. “Mi trabajo consiste en asustar a los espectadores, es una gran responsabilidad porque cada vez es más difícil impresionarlos, ellos vienen a asustarse y me gusta ver que lo logro, aunque hay otros que son más difíciles”, comenta y echa una sonrisa.

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Gracias a su profesión, este hombre de estatura compacta y cabello alborotado explica que ha tenido la oportunidad de participar en varias obras teatrales y proyectos, pero que ninguno ha sentido la felicidad que siente en esta obra, “me ha dejado muchas experiencias gratas, estaba acostumbrado a trabajar en estudio donde no había problema si me equivocaba, pero trabajar en vivo me emociona más. Desde la cabina puedo ver cómo la gente se estremece con los gritos, la carreta o cualquier sonido que sale de las bocinas”, comenta y deja ver lo orgulloso que se siente de su trabajo.

El reconocimiento del público es otra de las satisfacciones que le ha dejado su chamba: “hay ocasiones en que los aplausos van dirigidos a mí. Cuando el público lo ha hecho es porque los asusté mucho, eso me llena de alegría y me hace saber que hice bien mi trabajo”, comenta.

Los espíritus del más allá le han jugado algunas bromas: “hay una escena donde sale el audio de un perrito. En una ocasión, le di play, no sé qué pasó, pero nunca se escuchó, la pista estaba corriendo y en el monitor se estaba reproduciendo, yo no moví ni hice nada”, dice aún con sorpresa.

Dónde: Teatro Ofelia/ Thiers 287, col Anzures, Miguel Hidalgo

(Fotos: Dulce Ahumada)