Sobre el servicio

Ciudad Opinión

Texto por Mariana Castillo Hernández. Fotografía: Cortesía

El otro día en un restaurante el personal de sala era muy amable, pero no solo eso, todo el tiempo nos sonreían —con un gesto performativo, no natural—, llegaban a cada instante a preguntarnos si estábamos bien, nos pedían perdón si sentían que era necesario. 

El exceso de atención nos hacía sentir incomodidad, que había cierta invasión del espacio personal y el momento, aunque sobre todo por sentir que las personas hacen un sobre esfuerzo para cumplir con lo que laboralmente se les pide, aunque también estamos conscientes de que a cierto tipo de comensales eso les encanta, las mesas aledañas celebraban la excelencia, la precisión. 

De ahí que el ente generalizante llamado «buen servicio» me genera dudas y reflexiones ya que tiene que ver con percepciones subjetivas y estilos. Hay que recordar que las modas cortesanas comenzaron a introducirse en las capas medias de la sociedad que buscaban el refinamiento en el siglo XVII, es decir hay un factor de clase asociado al servicio, mucho más al de tipo especializado. La burguesía imitaba a los nobles en su estilo de vida, esto sigue vigente.

Jack Goody, antropólogo social, explica en «Cocina, cuisine y clase» que un rasgo de las culturas culinarias de las principales sociedades de Europa y Asia es su asociación con lo jerárquico, que las cuisines más elaboradas, marcan diferencias entre las líneas sociales. Hablar de alimentación es también tocar la arista del poder y la estratificación.

Hablando de servicio, agradezco la amabilidad, huyo del servilismo plástico, mecánico, forzado, de ese que nos aleja de la noción de que somos gente compartiendo en igualdad, algunas en su trabajo, otras en comensalidad. Pienso que la dicotomía de estas actitudes pueden reforzar estereotipos e ideologías clasistas y que los tiempos —y las maneras de atender a la clientela— cambian.

Personalmente, no necesito sobre atención ni reverencias viejunas para sentirme especial. Pero, en gustos se rompen géneros: los entornos gastronómicos nos generan diferentes sensaciones y nos representan diversos mensajes, asociaciones y simbolismos. ¿Qué opinas?

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