Si la urbe fuera canción

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Diego Herrera, tecladista de Caifanes, no se va por la vía fácil a la hora de traducir la CDMX en sonidos 

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

Es difícil traducir los sonidos de la Ciudad de México en una melodía. Diego Herrera, tecladista de Caifanes, se lanzó a esta empresa hace tres años, cuando creó junto con Juan Villoro el espectáculo de música y literatura Mientras nos dure el veinte, que tuvo su última presentación el sábado pasado, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris.

Diego es un músico que decidió estudiar “por la libre” antes de tener una educación formal en el Conservatorio Nacional. Subió al escenario acompañado de Alfonso André, baterista de Caifanes; Javier Herrera, productor musical y guitarrista; Federico Fong, bajista de La Barranca; y el propio Villoro, como frontman de la banda.

“¿Y cómo traducir los sonidos de la ciudad? Te puedes ir por la fácil”, explica Herrera. El tecladista se acicala la barba al tiempo que menciona las posibilidades inmediatas para recrear la CDMX en una canción. “Puedes hacer sampleos de sonidos cotidianos: la grabación de los tamales oaxaqueños, la música de un organillo, los escapes de camión”.

Si algo distingue a la ciudad y sus habitantes es la complejidad, aunque lo que se vio en el escenario del Esperanza Iris no fue precisamente complejo. Se trató de cuatro músicos liderados por Herrera, quienes acompañaban con los instrumentos el recital de un escritor que exponía en propia voz una de sus primeras obras narrativas: historias ficticias de la urbe y su gente.

“Hace falta más que el ruido de un camión” dice Herrera. “Más bien es interpretar musicalmente cómo suena una colonia como la Narvarte o el Pedregal”. El músico acepta que no existe teoría para lograr atrapar algo tan abstracto como la existencia urbana, en un sonido. Además, Herrera desconfía de las teorías.

De otra manera, hubiera aceptado el consejo de su padre de estudiar en el Conservatorio Nacional, donde hubiera aprendido a “leer una partitura y tocar música de la manera más correcta”. Era eso o trabajar en un banco. Diego renunció a cualquiera de las dos opciones porque él quería tocar jazz. Aprender a improvisar con base en intuición y técnica estaba por encima de ser un virtuoso teórico musical.

Entonces abandonó la casa paterna y durante largo tiempo fue adoptado por la familia Toussaint, quienes han aportado a la historia del rock y del jazz mexicano uno de sus mejores momentos. “Mi universidad fueron los Toussaint: Cecilia, Fernando, Eugenio. A ellos les aprendí las mejores lecciones. La primera, que no importa qué es lo que tocas, sino que hay que trabajar duro el instrumento. La segunda: que siempre habrá cosas nuevas que aprender”.

Posteriormente, junto a Saúl Hernández, fundó el grupo Caifanes. Pasó de ser el muchacho que para mantenerse hacía pulseras de cuero y bolsas, a ser el tecladista de una de las más importantes bandas de rock de aquellos años. “Imagínate: éramos unos chavos desmadrosos cuya banda, de repente, la arma. Subimos a la estratósfera. Es claro que esas cosas te hacen perder piso”.

Si de los Toussaint aprendió a rendir culto a la música, del éxito de Caifanes comprendió que, para darle perspectiva a la existencia, hay que “empequeñecerse”.
“Al final, la fama es algo efímero. Si no te puedes hacer chiquito, no ves las cosas enormes que existen más allá de ti. Yo estaba un poco perdido”.

Para encontrarse de nuevo dejó de componer, porque olvidó qué era lo que tenía que decir. Caifanes se separó en 1995 y Diego se desempeñó en la composición de música publicitaria y musicalización de películas. También fue director artístico de la disquera trasnacional BMG.

“Una vez me invitaron a una fiesta. Alguien preguntó a qué nos dedicaríamos si tuviéramos la vida resuelta. Me sorprendió que todos sabían qué querían hacer, cuál era su pasión. Menos yo”.

Descubrir qué es lo que uno desea en la vida puede ser tan difícil como entender a qué suena la ciudad más allá de sus camiones y organilleros.

“Decidí dejar la música y me encerré. Debió ser un proceso de dos años, antes de descubrir quién era yo y qué quería hacer”.
Fue a partir de eso que Diego Herrera compuso Música en silencio. Un álbum dedicado a las figuras emblemáticas de su existencia, como su padre o Eugenio Toussaint; ambos fallecidos. De vuelta al mundo de los escenarios, Herrera confiesa que se le dificulta más tocar en espacios pequeños que hacer un Foro Sol al lado de Caifanes en sus reencuentros.

“Que 70 mil personas te aplaudan en una gira es algo que yo agradezco. Pero cuando toco el piano en un foro pequeño, me pongo más nervioso. En principio, porque me siento vulnerable: no hago un gesto y el estadio tiembla, sino que estoy solo, completamente solo y vulnerable”.

La vulnerabilidad es uno de los mejores estados para componer. “Es cuando te permites tocar y ser tocado por la existencia. Sí, te puedes dar un madrazo por estar vulnerable, pero de esas cosas te repones. Y encuentras nuevos caminos”.

Caminos que te llevan, por ejemplo, a entender a qué suena la ciudad. “Es un reto. Porque está llena de matices sonoros. Para entender su esencia, debes hacerlo a partir de tus propios límites y experimentar”.

En cifras: 

  • 1986 es el año en el que se fundó uno de los grupos más importantes del rock mexicano: Caifanes.
  • 2 son los proyectos alternos de Herrera: Música en silencio y Mientras nos dure el veinte.
  • 30 años de trayectoria cumplió el grupo Caifanes en 2017.