Ilustrar el caos chilango

Especiales

Del cocodrilo de Leonora Carrington a María Candelaria vendiendo flores, pasando por un franelero, el ajolote, Monsiváis o Melquiades Herrera… Todos coexisten en El Chilangoscopio, de Javier Sáez

Por Eduardo García

Nuestra ciudad es inagotable. Varios universos conviven en el mismo espacio que antes era llamado Distrito Federal. Decir que la conocemos como la palma de nuestra mano sería mentir. Ediciones Tecolote y Javier Sáez Castán, autor de libros ilustrados, asumieron la enorme tarea de elaborar un libro que mostrara todo lo que es la Ciudad de México. El resultado fue El Chilangoscopio.

Se trata de un trabajo que tardó en gestarse unos tres años. El propósito era hacer un libro sobre la capital mexicana. “La Ciudad de México tiene las características de un universo”, sentencia Javier. Y es cierto, nadie puede decir que la conoce totalmente, por lo tanto parecía labor titánica, inabarcable. La primera idea de Javier fue recoger solo ciertos lugares emblemáticos de la ciudad donde conviven arquitectura y personas, pero así se habría limitado a una sola manera de mirar la ciudad.

La CDMX es una especie de “universo extraño”, un espacio dentro de México que parece contenerlo todo. El Chilangoscopio terminó siendo un breve parpadeo que contiene la historia visual de aquello que nos ha llevado a lo que somos hoy; está habitado por toda la iconografía que se ha creado en la ciudad: códices prehispánicos, edificios icónicos, personajes puramente chilangos, grabados de José Guadalupe Posada, escenas de películas filmadas en los Estudios Churubusco…

Y decir parpadeo no es gratuito, pues la mirada juega un papel crucial en esta obra. En la portada, un gran ojo nos observa, atento a que el lector se precipite sobre las páginas. “El ojo es el protagonista del libro, pues el vínculo del lector con el libro es su propia mirada”, explica Javier.

Entre esas 900 imágenes —que en números romanos se escribe CM, causando una bella coincidencia con las iniciales de nuestra ciudad— encontramos piñatas, alebrijes, trajineras, botargas, edificios… “Y algo de fierro viejo que venda”. Este libro no se conforma con mostrar a la ciudad desde un ángulo, sino que pretende ser algo casi inabarcable.

Te recomendamos: De la chinampa a tu plato

Las casas

Esta sección de El Chilangoscopio toma la forma de una pirámide donde convive la ficción con la realidad. En la cima hay un águila devorando una serpiente, como indicando que hemos llegado a Aztlán. Esta imagen se sostiene con los hogares chilangos: el mercado de La Merced, el Estadio Azteca, la Basílica de Guadalupe, el circo Atayde, la Biblioteca Central y hasta el barril del Chavo del 8, entre otra decena más que, al igual que el paisaje chilango, se encuentra cubierto por varios tinacos que han hecho del paisaje citadino algo único. ¿Qué tienen en común? Todas, de alguna forma, han sido nuestras casas. Sea en forma de escuela o como lugar de parranda, los chilangos ubicamos muy bien la mayoría de estos lugares y nos hemos refugiado en ellos.

El tráfico

¿Hay algo más chilango que una avenida principal recorrida a vuelta de rueda? El tráfico es uno de los personajes principales, no solo del libro, sino del día a día en la CDMX. Javier Sáez introduce esta sección del libro con una fila de taxis acomodados de manera histórica, desde uno de 1930 hasta los emblemáticos vochos que se niegan a desaparecer de nuestra memoria. Si continuamos la mirada por la avenida, que resulta ser el Periférico, descubrimos otros tipos de transporte chilango: el Metro, un carrito de los tamales, una limusina con todo y quinceañera, un microbús donde van pasando el pasaje de atrás hacia adelante, una trajinera con mariachi, el camión de la basura, un alebrije hecho a partir de animales que representan a la ciudad y, hasta el frente, un tranvía manejado por la muerte que está a punto de atropellar a Frida Kahlo.

Las personas

Diego y Frida —como un guiño al extinto DF— son los primeros personajes que aparecen en esta sección de El Chilangoscopio. Aquí, somos testigos de cómo se van introduciendo figuras típicas de nuestra ciudad, como el viene viene o un ejército de organilleros. El camotero espera su primera venta y Quetzalcóatl se aproxima como queriendo comprar uno. Este tipo de figuras de distintas épocas conviven dentro del libro para recordarnos que estamos hechos del cruce de varias culturas y de distintas épocas. “Es como si el tiempo se hubiera abolido y se mezcla lo real con el mundo de la ficción”, comenta Javier. La parte dedicada a los personajes es la que más espacio ocupa. Tal como si se tratara de una fiesta, todos conviven en el mismo espacio. Con el paso de las páginas nos vamos acercando más a los rostros, e igual encontramos a Agustín Lara que a Hugo Sánchez y a Chabelo. Todos forman parte del imaginario del pueblo chilango.

También lee: La belleza local no debería ser exótica

Los objetos

De una piñata que acaba de romper la mano de Álvaro Obregón, comienzan a caer todos los objetos de la vida cotidiana chilanga, en una especie de diluvio. Hay cazos para preparar carnitas, pan dulce, el Balón Azteca de México 86, dulces, huacales con los que suelen apartarse lugares en las calles, discos pirata y muchos más objetos que todos los días pasan a nuestro lado cuando tomamos una combi, nos subimos al Metro o caminamos a la tiendita. El Chilangoscopio nos invita a maravillarnos cada día con todas las cosas que habitan en la ciudad, por más pequeñas o cotidianas que nos parezcan.