El Hijo del Santo, el enmascarado de Plata, por Aarón Borrás

El superhéroe de la ciudad

Especiales

Este exluchador convertido en empresario nos habla del legado de su padre, El Santo, y lo que representa en la identidad de los capitalinos.

FOTO: AARÓN BORRÁS

 

Entre las reglas de un superhéroe está la de no revelar su verdadera identidad. Y aunque en esta entrevista el Hijo del Santo no dice su nombre legal, sí desenmascara sus emociones y recuerdos.

Dice que desde niño su ídolo fue —adivinaron— El Santo, pero nunca había estrechado la mano del enmascarado de plata.

Así que le rogó a su papá que lo llevara a conocer a El Santo, porque como era su héroe, quería verlo y ser como él.

La insistencia llegó a tanto que su padre le dijo: “Necesito que me acompañes a mi trabajo esta noche, así que alístate”.

Intrigado, se preparó para conocer el trabajo de su padre y su desconcierto comenzó cuando ambos llegaron a las luchas.

“Papá, ¿qué hacemos aquí?”, le preguntó.

Su padre lo dejó sentado en una butaca para que observara.

Minutos después, El Santo subió al ring a pelear y ganó dos de tres caídas, sin límite de tiempo. Luego salió del vestidor y le dijo al niño: “Listo. Vamos a casa”. Fue entonces cuando supo que El Santo era su papá.

Décadas después, el Hijo del Santo se volvió luchador y portó la misma máscara, como imponía la dinastía familiar.

Hoy, el Hijo del Santo se considera como parte de una familia de superhéroes en la Ciudad de México y a veces se ha tenido que enfrentar contra el crimen, aunque no salga victorioso.

Él recuerda que una vez un tipo le puso una pistola en la sien y le exigió que le entregara el reloj que traía puesto y que le había costado mucho trabajo comprar.

“Se lo di. Por eso soy un superhéroe que no usa reloj. Si hubiera traído la máscara aquello no hubiera ocurrido”, dice.

Y pese a los sinsabores, aún le gusta mucho la ciudad y trata de caminarla con frecuencia, principalmente el Centro Histórico y la Alameda, donde abrió una de las tres tiendas donde vende productos oficiales de El Santo; las otras están en la Condesa y en el aeropuerto.

La memoria de papá

Le pido que recuerde a su padre caminando por el Centro y viene a su memoria “la calle de Donceles; en esa calle había una óptica con un búho vivo en una jaula. Cada que veo una óptica me acuerdo de él”.

—¿El Santo usaba lentes? —le pregunto.

—Sí y le gustaban los helados sabor vainilla —responde.

La memoria de su padre lo acompaña siempre e, incluso, le ha acarreado críticas de quienes lo tachan de oportunista porque consideran que vive del legado de su padre, por eso le dan flojera las redes sociales, donde comúnmente lo agreden.

“Pero no saben el trabajo que hago para mantener a El Santo vivo”, explica el Hijo del Santo, quien está consciente de la influencia de la máscara de su padre.

Cuenta que durante una firma de autógrafos, un joven llegó a saludarlo y le preguntó si se acordaba de él. El luchador no supo qué contestarle aunque fue amable.

“Cuando tenía seis años te fui a ver a la Pista Arena Revolución y yo tenía leucemia. Tú me dijiste que tuviera fe en Dios y gracias a tus palabras sigo vivo”, le respondió el joven admirador.

Al Hijo del Santo se le hace un nudo en la garganta cuando recuerda ese momento.

“Imagínate lo que esta máscara puede hacer por un niño”, dice entre lágrimas.

Y es que, según él, “El Santo es México y todo el mundo lo reconoce, es como el sombrero de charro, el tequila, la bandera, como una Virgen de Guadalupe, con todo respeto a mi Virgen hermosa”.

Y aunque el personaje es grande, también le gusta conservar su identidad, a veces le gusta observarse frente al espejo y ver a un ser humano feliz.

“Me caigo muy bien, me admiro mucho, me gusto”, dice sobre cuando se observa sin máscara, lo que hace que me surja una duda inquietante:

—¿Cada cuánto lava su máscara? —le pregunto.

—Siempre me las arreglo para tener una limpia —responde entre risas.

Un santo que lo vigila

El Hijo del Santo dice que pudo haberse convertido en un hijo del mal porque su madre falleció a los 17 y su padre, cuando cumplió 21 años.

“No es fácil crecer sin padres, los riesgos de convertirte en una relajo, en un chavo descarriado, siempre estuvieron ahí. Pero no lo hice y aquí estoy, poniendo el nombre de mi familia muy en alto”, dice.

Me da la impresión de que los padres del Hijo del Santo siempre han “estado” junto a este luchador, no solo porque la memoria invade sus palabras y expresiones, sino porque se le iluminan los ojos cuando habla de ellos.

—¿Qué pensarían tus padres al verte hoy? —le pregunto.

—Estarían muy orgullosos de mí, me dirían que he hecho lo correcto en mi vida personal y profesional —responde el Hijo del Santo con un hilo de voz, los ojos rojos y algunas lágrimas.

—¿Y si estuvieran sentados aquí, desde donde te estoy entrevistando?

—Me iría sobre ellos, los abrazaría y los llenaría de besos —contesta quien ha llevado la máscara de su padre por 34 años.

En cifras:

  • 1982 fue el año en que debutó como luchador profesional y heredó el nombre de su padre.
  • 65 victorias tiene en la lucha libre, donde se apostaron mascaras o cabelleras.
  • 12 años llevan funcionando las tiendas de artículos oficiales de El Santo.