London calling

Opinión
Por: Antonio Ortuño

El nombre de esta columna semanal (lo aclaro por si el curioso lector no lo sabe ya) proviene del título de un disco de una de las mejores bandas británicas de la historia, una banda a la altura de cualquiera de los “grandes dragones”: The Clash. Sus líderes, Joe Strummer y Mick Jones, fueron de algún modo los Lennon y McCartney del punk. Grandísimos compositores, enriquecieron su propuesta con la incorporación de estilos y ritmos provenientes de un buen puñado de tradiciones musicales ajenas al rock ortodoxo. Hay, en The Clash, no solamente el sonido y la furia del punk, sino ecos del Caribe, de África, de América Latina (uno de los grandes fans del grupo era ni más ni menos que Bob Marley).

The Clash lanzó “Combat rock” en plena Guerra de las Malvinas, en 1982, y en el álbum incluyó un pequeño tango (“Death is a Star”), provocando el escándalo entre los nacionalistas ingleses, que los acusaron de apoyar al “enemigo” argentino…

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Resulta curioso hablar de The Clash y su internacionalismo cuando el referendo del “Brexit” acaba de divorciar a la Gran Bretaña de la Unión Europea y de provocar un terremoto económico que, en menor o mayor medida, se ha sentido en todo el planeta. Parte de la izquierda de este lado del charco ha festejado la decisión de las urnas (52 contra 48 por ciento, un resultado más o menos apretado, pero al fin suficiente) como si fuera un hito en la lucha contra la globalización neoliberal, sin percatarse de que el “Brexit” fue impulsado por la misma derecha nacionalista británica que impugnaba a The Clash. Una derecha obsoleta, racista y que parece de otro siglo, sí, pero engallada, como sus pares en el resto de Europa, por la ineptitud de los gobernantes socialdemócratas y democristianos para lidiar con temas como el empleo, la seguridad y la migración.

Pero no nos engañemos: lo que representa la salida británica de la Unión Europea no es una alternativa al neoliberalismo sino la creación de un espacio cerrado y “blindado”, aún más hostil a los migrantes que antes y un coto político reaccionario. Es, además, un espaldarazo a los Trump del mundo. Las mercancías continuarán circulando pero los migrantes (es decir, la gente) serán objeto de mayores controles, registros, persecuciones.

Ya lo dijo el cineasta Ken Loach: la defensa de los trabajadores en Europa se hace casi imposible si se regresa a un esquema de estados ultranacionalistas, a una suerte de restauración decimonónica. La Unión Europea estará llena de taras (sus posturas en el tema de los migrantes sirios han sido una vergüenza) pero no deja de ser un marco en el que se pueden discutir y cambiar más cosas que en un esquema de políticas atomizadas por países y regiones.

Más allá del previsible mordisco devaluatorio que nos toque, hay que estudiar las lecciones del ascenso de la derecha europea, una crisis que apenas comienza y que todo indica que se recrudecerá.