Una alternativa

Opinión

Hace unos días, mediante un comunicado que comienza por enumerar un listado de agresiones, invasiones, injusticias y mezquindades cometidas contra comunidades indígenas, a lo largo del país, por gobiernos autoritarios, empresarios abusones, ganaderos ambiciosos y demás fauna nociva, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional anunció que buscará que una mujer, elegida por el Congreso Nacional Indígena, sea candidata de una alternativa de izquierda a la Presidencia de la República en el proceso de 2018.

La izquierda partidaria, representada sobre todo por Morena, ya saltó. Primero, porque los zapatistas (cuyo ideario ha sido tajante en el punto de nunca convertirse en un partido al uso) han sido un movimiento escéptico hacia la democracia formal y nunca se han plegado a apoyar un “frente de izquierda”. Segundo, porque no pocos de sus militantes y simpatizantes (y su propio líder, aunque de forma velada) sostienen que un objetivo del zapatismo sería dividir el voto progresista y, con ello, dificultar una hipotética victoria electoral de Morena.

Esta misma idea, curiosamente, es compartida por ciertos analistas y políticos de derecha, que han saludado las intenciones zapatistas no porque se volvieran sensibles al tema indígena (que desdeñan) ni la justicia social (que directamente les repele), sino porque las ven como un obstáculo para Morena, cuyo ascenso al poder tampoco les interesa.

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Ahora bien: para quienes nos ubicamos fuera del campo partidario y el entourage de porristas intelectuales de unos y otros colores, la propuesta zapatista tiene atractivos. Antes que nada, por el movimiento que la formula. El EZLN ha sobrevivido a más de dos decenios de actividad pública y a las presiones, ataques, desprecios, burlas, escepticismos, calumnias, incomprensiones, antipatías de unos y también a las entronizaciones pasajeras y los apasionamientos un poco insinceros de otros (y hablo acá de cierta izquierda intelectual y urbana) porque ha sido congruente o, de menos, lo más congruente del mapa político mexicano. Su trabajo comunitario profundo y directo (basta pasar por una comunidad zapatista para verlo con otros ojos), su negativa a pensar en términos de pragmatismo y a transar con “iluminados de la democracia” que son, en realidad, viles trásfugas, lo desmarca del resto de partidos. Por segundo de cuentas, que el Congreso Nacional Indígena, organismo más amplio que el propio zapatismo, con representación de diversas etnias nacionales, sea quien elija a la candidata, es otro punto valioso a considerar. Y el punto cardinal, además, de que esa candidata sea una mujer, a contrapelo del machismo endémico de estas tierras.

El tiempo ha dado la razón en varios sentidos a los zapatistas. Muchos de quienes dudamos de su congruencia o nos reímos de la parafernalia de su actividad (pasamontañas, retórica, etcétera) ahora tenemos que reconocer que la alternativa que plantean es, de lejos, la más digna en el panorama electoral que se avecina.