Trancazos de valentía, por @apsantiago

No podíamos esperar otra cosa de un gobernador que nos suministra hasta por vía intravenosa su amor por la cantante Anahí, que acepta (o exige) que con sus brazos lo carguen como a un monarca los indígenas de Ocosingo (justo donde inició el alzamiento del EZLN), que gasta fortunas en mostrarnos su rostro en publicidad oficial. A sus empleados, Manuel Velasco los “educa” a bofetadas.

 Si un político tiene las gónadas de pegarle a un asistente frente a un gentío, ¿qué no hará en privado, bajo el resguardo de las sombras? Pobres de sus asistentes (y de Anahí).

Cuando hace unos días Velasco se disculpó en un templete con su funcionario abofeteado, lamentó el “incidente accidental”. Si en la calle vemos un padre dar un trancazo a su hijo, juremos que no lo está haciendo por primera vez, sino que golpea (tiempo presente indicativo) a su hijo, es decir, suele hacerlo. Al decir “accidental”, el político restó importancia al gesto, lo volvió fortuito, una azarosa travesura. Esto es, nos quiso engañar.

En el video del 9 de diciembre, el gobernador ordena algo en secreto a su asistente Luis Humberto Morales Paniagua y, al parecer, lo castiga con una bofetada porque no lo obedece. Ese golpe es también una pintura de cómo nos gobiernan: a trancazos. Como diría el Sub Marcos, lejos de “mandar obedeciendo”, nos asumen súbditos. Y a los súbditos se los madrea.

Dentro de las cloacas del poder se dice: “en la política no existen las sorpresas, sino los sorprendidos”. Por eso, viniendo de Velasco no debería sorprendernos la violencia física.

En todo caso, al ver el video de la disculpa del gobernador de Chiapas lo más penoso fue la conducta del golpeado, Luis Humberto. El joven pasa al frente un instante antes de que el gobernador lo termine de llamar por su nombre: obligado a protagonizar una escena, comedido se apresta a encarnar su personaje. Luego, Luis Humberto da a su jefe un apretón de manos, lo toma de la cintura, le sonríe todo el tiempo, lo palmea en la espalda, le dice “gracias”, se palpa el pecho a la altura del corazón, vuelve a estrechar su mano, abre los brazos ante la gente que aplaudió el mea culpadel mandatario estatal, le agarra el hombro y le propina dos cachetadas de mentis (inolvidable habría sido un golpe de verdad, como el recibido).

Si te humillan y tu agresor se arrepiente es natural aceptar una disculpa, pero no lo es prodigar tanto amor al verdugo que te degradó ante las cámaras y la multitud.

No culpo al joven. Actuó así porque en este punto de la Tierra el poder infunde pavor desde que los conquistadores quemaron los pies a Cuauhtémoc con aceite hirviendo.

“Si no me cuadro, al rato otro madrazo”, pudo pensar Humberto.

Quizá, sin embargo, la única salida para México es irle perdiendo el miedo al poder, aunque éste insista en molernos a golpes. Que sientan los trancazos de nuestra valentía.

(ANIBAL SANTIAGO)