Cuando la verdad caduca

Opinión

“Los seres humanos no contrastan sus creencias y percepciones cuando estas entran en conflicto. En su lugar, lo que hacen es reducir el conflicto mediante la reinterpretación de los hechos que ponen en peligro las creencias a las cuales están más apegados”
John Gray, El silencio de los animales

 

El año pasado el Oxford Dictionary nombró el concepto de posverdad como la palabra del año. El diccionario describe dicho adjetivo como “una palabra relacionada con circunstancias en la que los hechos objetivos son mucho menos influyentes o importantes para formar la opinión pública que apelar a las emociones y las creencias personales”. Aunque la manipulación de la narrativa histórica y la formulación de la realidad sean factores intrínsecamente ligados al poder, las tres grandes elecciones del 2016 fueron contundentes en la demostración de que hoy más que nunca, en el espectáculo ominoso en el que se ha transformado la democracia, importa mucho más apelar a las creencias y los estados de ánimo del electorado que la presentación de hechos, ideas o proyectos aterrizados y concretos.

Ante la flagrante desacreditación de la verdad, la incertidumbre y la crispación adquieren un talante crítico —como hemos podido presenciar en nuestro país en los últimos días—. Al margen de las razones que puedan haber llevado al gobierno a elevar drásticamente el precio de los combustibles (hecho que en primera instancia suena como una afrenta más a la economía nacional y popular, pero sobre el cual habría quizá que hacer un análisis mucho más profundo y serio que una simple opinión visceral), el gobierno ha perdido toda capacidad argumental por la forma tan flagrante con la que ha ejercido la manipulación (como por ejemplo en los casos de Ayotzinapa, Tlatlaya, et. al.) y por la total ausencia de autoridad que ha ido acumulando a lo largo de su gestión. El gobierno de Monex, la Casa Blanca, el mismo que dejó escapar a Duarte y protegió a Moreira, que permite que Medina, Borge, Padrés y el otro Duarte sigan libres, el de los escándalos de OHL y aquel que en cierta medida contribuyó a la campaña de Trump al recibirlo en nuestro país cuando éste rozaba sus índices más bajos de popularidad, tiene difícil —o imposible— contar con el menor voto de confianza.

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“¿Qué habrían hecho ustedes?”, tuvo el tino de preguntar el Presidente. En primer lugar, se olvida que el sistema democrático, implica precisamente contar con un representante popular que, supuestamente, tiene la capacidad de tomar decisiones por los demás. No resulta tan fácil pensar en qué haría cualquiera de nosotros para arreglar las desastrosas finanzas públicas, lo que sí resulta fácil enumerar es la lista de cosas que estando en su sitio una persona con cierta estatura moral no habría hecho. Se avecina el final de uno de los sexenios más tétricos en la lúgubre historia del presidencialismo mexicano. La víspera de las elecciones llega en un ambiente cargado de rabia y hartazgo, en un momento en el que la democracia está infectada por el virus de la posverdad. Y como único antídoto posible, parecería quedar el combate cotidiano y personal ante el ruido y la propaganda, y la lucha para restablecer vínculos con sentidos comunitarios para que ese “ustedes” al que se refiere el Presidente, realmente refleje un “nosotros”.