“Dos relatos para Semana Santa”, por @alexxxalmazan

Uno

Hubo un tiempo en que mis peores vacaciones eran las de Semana Santa. Lo eran porque algunos de mis vecinos, de esos que se la pasaban jode y jode, mojaban a cuanto pobre diablo pasábamos frente a ellos. Un día, no se me olvida, fui a la farmacia por una inyección: llevaba días enfermo de la garganta y necesitaba una sobredosificación de penicilina. Pasé por la casa de uno de los vecinos más hijos de la chingada y sólo sentí como si un piano me hubiera caído encima.

Desde la azotea, un cabrón chamaco me había aventado un balde de agua que, en mi fiebre, pensé que la había traído del polo norte. Esa noche, en la tienda de abarrotes que tenía mamá, la vida me cerró el ojo: el bato fue a comprar caguamas para sus tíos y, mientras mamá lo atendía, saqué una cubeta de los refrigeradores de aluminio donde se enfriaban las cervezas, me acerqué a él por la espalda y, mientras lo mojaba, le dije: Feliz sábado de gloria. 

Como siempre, el chamacho se enojó, se puso a llorar y fue por sus familiares. Los familiares tenían fama de ser los mejores peleadores callejeros. A los pocos minutos, llegó el chamaco con uno de los más salvajes de su familia. Traía la pose del Valiente, pero mamá lo mandó a chingar a su madre. En las siguientes vacaciones, los vecinos decidieron bulearme.

Yo padecía fiebre reumática, así que les di insumos para que no me bajaran de invalido. Reconozco que algunos de ellos eran muy ocurrentes y se las perdonaba porque hacían que me riera de mi enfermedad. Fue hasta la prepa, con ayuda de mis profes de sociología y sicología, que fui entendiendo a mis vecinos. Todos éramos pobres y cada uno buscaba no sentirse tan miserable ante los demás. En el fondo, era una insana defensa a nuestro derecho a la alegría. Vaya forma de conseguirlo.

Dos

Un día en El Universal me mandaron a croniquear las aventuras del chilango en Acapulco. Recuerdo a unos jóvenes que llegaron en un vochito; hicieron ocho horas de camino, pero venían albureándose, cantando, poniéndose pedos, felices pues.

Me acuerdo, también, de toda esa gente orgullosa de sí misma por haber apañado las palapas que había en Caletilla; ese sería su hotel, su baño, y de ahí nadie los movería hasta llegado el domingo de resurrección. Jamás vi un dejo de preocupación en la raza. Y ahí volví a entenderlo: el chilango de barrio, pese a todo, defendemos la alegría como un derecho irrenunciable, aunque nos divirtamos de una manera un poco prehistórica.

Posdata:

Chilangos míos:

Diviértanse (la vida la han vuelto más complicada los cabrones que nos gobiernan). Manejen con cuidado, no se pongan tan pedos. Y, si les queda tiempo, encájenle el diente a un libro.

No piensen, por ahora, en el Monte de Piedad.

*****************

SÍGUEME EN @alexxxalmazan

(ALEJANDRO ALMAZÁN / @alexxxalmazan)