Mirar hacia fuera

Opinión

En su maravilloso A People’s History of the United States, el historiador Howard Zinn hace un recuento de la historia norteamericana desde la perspectiva de lo que ancestralmente ha sido el gran enemigo de aquella nación: los otros. Los Estados Unidos, enemigo público favorito del momento, han utilizado, a través de los siglos, la idea del enemigo como un combustible ideal para evitar mirarse a sí mismos. Los comunistas, los hippies, los anarquistas, los rusos y los terroristas, entre muchos otros, han funcionado como esa figura del chivo expiatorio, esencial para las dinámicas sociales según el filósofo francés René Girard, que lo mismo expía sus males que encubre sus patologías y refuerza, a partir de un nacionalismo peligroso, sus “convicciones”.

A partir de una actitud en realidad muy semejante a la que tiene su Presidente actual (America First!), a lo largo de su historia, los Estados Unidos han derrocado regímenes, creado centros de tortura en diversas partes del mundo y desgarrado países enteros a través de guerras absurdas, al tiempo que construyen una sociedad que padece el más alto nivel de asesinatos en masa, en donde 1 de cada 10 ciudadanos consume antidepresivos  y 29 millones de personas tienen diabetes, incluyendo más de 200 mil niños. Una población enferma física y mentalmente utiliza la figura de la amenaza exterior como una densa cortina de humo que bloquea la imagen del espejo.

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La marcha del fin de semana pasado, que ostentó algo así como la defensa de la dignidad nacional frente a Trump, promueve que finquemos la mirada fuera de lo que sucede en nuestro país cuando lo que ocurre dentro es nada menos que tétrico y espeluznante. Atrincheradas al interior de un cerco de impunidad y privilegio, las clases políticas y empresariales se favorecen de la provocación burda del presidente Trump. La mayoría de los asistentes a dicha marcha pertenecen a clases sociales que ni de cerca tienen que padecer los horrores más palpables y cotidianos de la realidad mexicana. Poner la bandera de México como avatar del Whatsapp o salir a caminar por Reforma vestido de blanco presupone una actitud semejante a la de la política norteamericana: invocar un nacionalismo ramplón que ubica el problema no sólo fuera de nuestras fronteras sino fuera de nosotros mismos.