El eterno rostro de Melania

Opinión

Al respecto de su libro Los años sabandijas, Xavier Velasco entrevistado por Gabriel Bauducco comenta que la trama de la novela abarca la década de los 80. Habla, naturalmente, del terremoto y de la solidaridad mexicana ante el desastre. También hace especial hincapié en la vez que el Presidente lloró en el Congreso. Habla de tal evento como un parteaguas en tal período de tiempo. Se refiere a José López Portillo. 1 de septiembre de 1982.

Yo dejo de poner atención, apago la tele e inicio la redacción de esta columna.

Definitivamente eran otros tiempos.

Hoy en día estamos demasiado acostumbrados a ver a nuestros presidentes develando su más profunda intimidad en pequeños —pequeñísimos— fragmentos de su día a día, reiterados hasta el infinito en loop. Gracias a la magia del gif cotorrón tenemos acceso a rebanadas de vida que bien pueden ejemplificar, con atemorizante cabalidad, la pasta humana del individuo que maneja nuestros destinos y anhelos nacionales.

En mi pueblo a esto le llamamos sinécdoque. La parte por el todo. Una de las figuras retóricas más peligrosas del clan. Juzgar a algo por una de sus partes. Decirles a las mujeres, “faldas” y a la comida, “el pan de cada día”.

Amparados en tal concepto podríamos asegurar que Enrique peña Nieto es medio torpe usando como prueba contundente el gif en el que se le cae la banda presidencial. O bien, la decena de ocasiones en las que se le escurren de las manos los teléfonos de sus fans cuando intenta tomarse una cándida selfie.

Desde que Trump es presidente del imperio norteamericano descuellan dos gifs. Aparecen con insistencia de hipo en nuestros timelines. La gente los comparte y celebra. Son motivo de mofa y reflexión.

En uno vemos a la Primera Dama, despampanante y asida a su vestido azul pastel, alzando la mano en señal de “¡chócalas!” frente a Barron Trump. Es evidente que el niño no acaba de comprender qué demonios le está sucediendo. En sus apariciones públicas lo vemos abstraído, sacado de onda. El niño no responde al high five sino hasta varios segundos después, ido, alza la mano titubeante sólo para después hacerlo por inercia y con bobalicona fuerza cuando ya no hay una palma en qué concretar el saludo. Podríamos decir que las actitudes de Barron son las actitudes de un niño de su edad. Además, vaya, si a mí me hubieran filmado durante las 24 horas de vida que desperdicié en cama viendo Club de Cuervos, muy seguramente podrían extraer cientos de ocasiones en las que mi gesto se mostraba contaminado de profunda estupidez. Por eso digo que la sinécdoque, en los tiempos del gif y el meme, es peligrosa.

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En el otro gif ni siquiera es necesaria mayor descripción, todos lo tenemos ahora mismo en la mente o en el iPhone. Melania le sonríe con esplendor a su esposo. Él la observa, se vuelve de regreso hacia la turba hambrienta de odio. Ella pone un gesto aterrador apenas deja de ser supervisada por su marido, declaradamente truhan. No encuentro las palabras exactas para definir la cara que ella pone. Mezcla entre angustia, infinita tristeza y sometimiento. Pavor en su estado más puro. Si cada rostro humano es un paisaje, hay en el de la Primera Dama de los Estados Unidos un abismo llano y derruido. De esos que Hollywood nos ha acostumbrado a idear.

Las cosas no permanecen. Mañana habremos olvidado el rostro de Melania porque a Peña algún mandatario lo dejó con la mano alzada en pleno saludo o se le cayó otro símbolo patrio. O quizá porque lloró frente al Congreso. Sin embargo, me atrevo a afirmar que hay algo en el rostro de Melania que es resumen cabal del problemón en el que estamos metidos todos los habitantes de este siglo 21 ya no tan jovencito.

Ese gif, reiterándose hasta el infinito, será recordado y proyectado en los museos de nuestros nietos. El rostro de Melania como bandera de la incertidumbre y el miedo.