“El amigo santo de Maciel”, por @alexxxalmazan

Mamá nos pidió que nos hincáramos frente a nuestro televisor de bulbos porque un señor oficiaba una misa desde no sé qué lugar de la Ciudad de México. Mis hermanos y yo éramos niños y preferimos salirnos a jugar, pero mamá nos regresó de las patillas y debimos persignarnos cuando el viejo aquél, con aires de Enrique Rambal en el Mártir del Calvario, dijo que podíamos irnos en paz, que la misa había terminado. O algo así.

Recuerdo esta historia ahora que, en un noticiero, miro el resumen ejecutivo de la canonización de Juan Pablo II, el viejo aquél al que mamá nos obligó a ver en bulbos, en 1979.

Si mamá estuviera viva, ¿se habría desvelado para mirar la ceremonia de un santo? Lo dudo. Lo dudo porque si bien era católica, apostólica y romana, tampoco se hacía tonta. Lo dudo porque si algo no soportaba era que los adultos abusaran de los niños, y porque uno de mis hermanos o yo le hubiéramos platicado que Juan Pablo II protegió a un amigo llamado Marcial Maciel, y hablar de Maciel hubiera sido contarle que el muy cabrón violó y manoseó a muchos chicos. Sé que a mamá esto le habría dado pena ajena, como le daba cuando escuchaba que tal padre le pegaba a los niños, que tal cura era un borracho sin remedio o que a tal sacerdote le enfadaba la gente.

“¿Y sabes qué le hicieron a Maciel?”, imagino que le preguntaría a mamá si la tuviera aquí. Entonces le respondería que nada, que se tuvo que morir Juan Pablo II para que a Maciel se le ordenara abstenerse de ejercer su ministerio públicamente y se le mandara a “una vida de oración y penitencia”, cosa que sepa dios qué diablos signifique. Pero a la cárcel no fue.

Le contaría entonces que Karol Wojtyla encubrió a muchos otros padres que son pederastas, que lo supo en cientos de cartas que le escribieron las víctimas, pero fingió demencia, igual que toda la iglesia. Le diría que no hizo nada ante el escándalo de lavado de dinero en el banco del Vaticano. Le platicaría que hubo quien lo denunció por crímenes de lesa humanidad y él, mientras, le daba la mano al dictador Pinochet, otro acusado por el mismo delito. Luego, porque suelo brincar de un tema al otro, le diría que ojalá todos los sacerdotes fueran como Alejandro Solalinde o Raúl Vera, como Fray Tomás o don Prisi, ésos sí se la rifan, no joden al prójimo, lo ayudan. Y ya encarrerado, muy probablemente, le diría que mejor canonizaran a las putas; le explicaría que esta no fue idea mía, sino de Jaime Sabines y le leería algo del poema que escribió el chiapaneco.

Quizá mamá me diría que estoy bien pinche loco y hubiera seguido llenando bolsas con dulces que, como cada 30 de abril, solía regalarles a la horda de chiquillos, ésos que, dios quiera, nunca se encuentren en su vida a un tipo como Maciel, menos ahora que el amigo de éste es un santo.

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(ALEJANDRO ALMAZÁN / @alexxxalmazan)