México pide tiempo fuera

Opinión

Lo sé. La realidad no se detiene y las naciones no pueden ponerse en pausa, pero no me negarán que nos urgen unos días, o al menos unas horas, para poder tomar distancia de todo lo que nos está pasando.

En los últimos años, los mexicanos hemos presenciado un largo desfile de escándalos de corrupción y cuando parecía que nada más podría sorprendernos, nos cuentan que en un estado cambiaban la medicina que aplicaban a niños con cáncer para poner una substancia inocua en su lugar. ¿Entendemos lo que eso significa?, ¿el grado de perversidad y descomposición que implica?

A eso bien podemos sumar que, tan solo el año, pasado 25 mil personas fueron asesinadas violentamente en México. Claro, a estas alturas esas cifras ya nos dicen nada, como tampoco detuvo al país la noticia de los 56 cuerpos arrojados en una fosa clandestina en Nuevo León, que el gobierno de ese estado encontró en febrero del 2016 y que mantuvo en secreto hasta apenas hace unos días. ¿Queremos ver lo absurdo que es todo? Nada más volteemos a mirar lo que pasa en Islandia por el asesinato de una, sí, una sola persona.

Las tragedias que vivimos son enormes, suficientes para sacudir a cualquier país y en nuestro México son apenas una anécdota más porque hemos ya perdido la capacidad de sorpresa, como también perdimos hace tiempo la capacidad de movilización para evitar que estas cosas sigan ocurriendo como si todo fuera normal. Porque no,  aunque ya nada nos indigne lo suficiente como para salir a las calles para exigir que las cosas cambien, lo cierto es que esto que hoy vive México, los saqueos, la violencia, la impunidad, no tienen nada de normal.

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¿Qué se puede hacer ante esto? No lo sé. Sólo que si pudiéramos, deberíamos pedir un tiempo fuera para poder poner en orden nuestras prioridades. Para enfocar la atención, al menos durante un tiempo, hasta obtener resultados. ¿Que el gobierno no puede detener a Javier Duarte o a Tomás Yarrington? Pues no dejemos de presionar hasta que corran a los encargados y pongan a otros que sí quieran o puedan. ¿Que no quieren que haya más violencia en las escuelas? Pues dejen de tratar a los niños como potenciales delincuentes y mejor arreglen el entorno violento que enfrentan antes y después de entrar a las escuelas, y si no saben cómo, mejor que se vayan. ¿Que ya no tienen ideas de cómo hacer frente a la crisis económica y sólo se les ocurre cobrarnos más sin renunciar a sus privilegios? Pues entonces que presenten su renuncia para que lleguen otros con mayor talento o capacidad, porque esta ruta sólo nos lleva a una mayor presión social como si el país estuviera para aguantar estas tensiones.

Estoy consciente que esta pausa imaginada nunca ocurrirá. Las noticias —desde adentro y desde Estados Unidos— no se van a detener y nuestra atención y energía social seguirá tan dispersa como hasta ahora. Pero al menos tratemos de darnos un momento en lo personal, en lo familiar y como país, para tratar de vernos desde arriba con un poco de perspectiva. Porque de no hacerlo, un día despertaremos de este vértigo sin saber bien a bien cómo es que llegamos hasta allí.