Si eso es un hombre

Estoy harto de la idea de que se puede (se debe) ser “bien hombre”, “más hombre” o un “hombre de verdad”. Por más que busco, no le encuentro la gradación al género que soy, no veo la posibilidad de una escala en eso. Se es hombre o se es mujer, o se es gender fluid, si se quiere, pero lo de jactarse de ser hombre en grado sumo no suele ser más que actitud de energúmenos y trogloditas. Sobre todo por los valores comúnmente asociados a esa masculinidad hiperbólica, que suelen incluir variantes más o menos explícitas de violencia y criminalidad (contra las mujeres y contra otros hombres, “menos hombres”).

En días recientes, una marca de desodorantes de cuya existencia todo el mundo se había olvidado lanzó una campaña publicitaria basada en esa idea de ser “muy hombre”. No es la primera campaña de este tipo ni será la última. Bajo el lema “volvamos a ser hombres” la marca propone un regreso al paleolítico, más o menos, echándole gasolina a la violencia de género y a la cultura de la violación que se vive en México (Como si no fuera suficiente con que la mayoría de las mujeres que vemos todos los días en todas partes se ha sentido agredida, violentada o invadida alguna vez en su vida porque un hombre decidió que era “bien hombre”). Mucha gente ya se ocupó de señalar en redes lo poco afortunado de la campaña y sus tintes misóginos. Más allá de eso, desde que vi los anuncios me quedé dándole vueltas a esa idea de “ser hombrecito”, que impera en nuestro país —alentada por una televisión abierta hecha por y para simios— y con la cual siempre me he sentido incomodísimo.

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No estoy orgulloso de ser hombre. No me parece un mérito mío ni de mis padres el hecho de tener pene y haber decidido (al menos de momento) que me identifico con el género masculino. La mitología de la testosterona (“fuente de todo vigor”) me parece elemental y poco interesante. Pero lo que tengo claro es que mi manera de ser hombre (que en realidad es mi manera de ser humano, nada más) no es menos válida que la de un cabrón que no le ha dedicado más de cinco minutos a pensar y tratar de expresar sus sentimientos, y que se dedica a blandir sus genitales por el mundo y a tratar de “chingarse” a todos. La presunción de que para ser plenamente hombre hay que seguir los patrones de conducta, apariencia y (falta de) pensamiento de un fisicoculturista checheno o un violador sin vocabulario es una estupidez del tamaño de una casa.

Ser más hombre no se puede. Y si se pudiera, les juro que no consistiría en imponer la propia voluntad sobre la de otros, ni en tener la verga más grande, ni en poner mirada bovina cada vez que pasa una mujer cerca, ni en pagar siempre en los restaurantes, ni en saber arreglar coches. Esas son características, correspondientemente, de un cretino, un vergudo, un idiota, un millonario y un mecánico. Si me dicen que ser hombre es necesariamente una combinación de los anteriores, entonces no soy hombre y prefiero que no se me asocie con esa figura.