El DF ha muerto

¿Qué es lo que cambia cuando cambia un nombre? No la plaza frente al mercado de Coyoacán, donde un borracho apodado El Pocajontas parece continuar con su errática vida sin atender al vaivén político; tampoco cambian las piedras del centro, que recuerdan los nombres anteriores de la urbe; ni las ventanas de los edificios en Reforma, que reflejan un cielo siempre sucio, un gris que sigue siendo el gris de siempre. Pero hay algo distinto: una nostalgia distraída: la certeza de que seremos esos viejos tercos, con residuos de baba en el bigote, que le indican a un taxista demasiado joven que quieren ir al Hotel de México (en vez de decirle “al World Trade Center”); la evidencia de que con el nombre muere una parte de nosotros, algo que ahora llamaremos —empachados de cursilería— “el pasado”: aquellos días ahítos de sentido en que decíamos “el de-efe”, “el defectuoso”, “el defecto”, “el defecado”, “el defenestrado”, “el deferido”, “el deferente”, “el distrito”, “el di ef”. El de punto efe punto dividido en 16, igual a cero ahora. Igual a nada.

            ¿No cambia nada cuando cambia el nombre? ¿No cambia el mapa ese trazo aprendido en las monografías, con los héroes al dorso? ¿No cambia el Ángel de la Independencia? Los colores del Metro (ese rosa perfecto de la 1, ese verde imposible de la 3), ¿no travisten aunque sea un poquito su Pantone?

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Cambia el recuerdo: mi abuelo hablándome de los trenes que cruzaban por Tlatilco, mi primera excursión a Garibaldi —el hallazgo narcótico del pulque—, las notas de las campanas de la catedral el día del concierto de Café Tacvba en la magna plancha del Zócalo (resuena: Francis Alÿs pastoreando ovejas, pistas de hielo, camionetas del patrón apropiándose del espacio público, museos de variada estirpe, fuego, roscas de Reyes, el balcón del monarca, lluvia de toletes sobre la testa de los maestros). Cambia uno (el que escribe, el que lee) porque lo que antes señalaba al bajar desde el Ajusco (“Checa, jefe: el Defe”) ahora se llama de otro modo. Réquiem por un nombre: por un modo de decirle al mundo.

Réquiem porque sí, también: las cosas cambian. La ciudad de la esperanza está panzona, pasoneada. De sus puentes cuelgan cuerpos a los que les importa un pito si murieron en el DF o en la novedosa y medio millennial Ce-De-Eme-Equis.

Cambian las canciones (Chava Flores) que de todas formas referían a una ciudad que ya no existe. Sábado. Distrito. Federal. Un himno por todos los objetos que la gente de traje rebautiza en actos solemnes y aburridos. Un himno por una ciudad de siglos que cambió de siglas.

#Cámbiamesta: rebautiza mi refrán macuarro, a ver si tanto. Yo le voy a seguir diciendo por su nombre, el de siempre: el defendido, el de fealdades, el de Fe —fórmula química del fierro, pariente—, el de férulas y de feromonas y de felatios. En abierta rebeldía —cierto que con un toque de derrota, pero ni modo— se los digo: El DF ha muerto, ¡viva el DF! El DF ha muerto, ¡viva el DF!