El diablo se peina a la moda, por @goliveros

En un inicio, su nombre estaba ligado a reportajes que salían en las revistas pre-corazón como la infame Vanidades. Sí, por alguna extraña razón a los editores de esa revista les parecía interesante y sexy la historia de un millonario que se había casado con una migrante de Europa Oriental.
Luego, el desastre, la historia de amor se rompe e Ivana es abandonada por los deslices del marido con una mujer llamada Marla. El rompimiento hace que la Vanidades llene sus páginas de la historia del divorcio agrio entre el ahora hombre que ha quebrado su hogar y sus negocios. Sí, el éxito llega a su fin y el castigo por la ambición y la traición se traduce en quiebra y escarnio. Ivana se convierte en escritora exitosa e, incluso, en personaje incidental de la comedia El Club de las Divorciadas. Su único parlamento: “¿Por qué conformarse con una pieza si puedes quedarte con todo?”.

 Ivana decidió retirarse del reflector y Marla lució poco, consecuencia de una economía deprimida para las blue chips y el mercado inmobiliario. Aun así, el esposo de Marla renegoció y pudo conservar su torre mas no su hotel Plaza.

Los noventa sirvieron para moldear el carácter y ver en la vanidad un negocio. Compró los derechos de los certámenes de belleza y la Vanidades volvió a hablar de él. Esa y otras revistas donde la frivolidad dejaba poco espacio al análisis de la personalidad del recuperado magnate.

En el siglo XXI, el furor de los shows de realidad lo hizo estrella. De las casas y los cantantes a los emprendedores azotados por un millonario. Aquí, no debían de gastar un millón de dólares en una situación de crisis, tampoco era ganar un bien raíz. No, la promesa era aguantar el criterio de un hombre educado por militares quien tenía todo, menos modales. Fue ahí donde Donald se convirtió en el Trump que hoy conocemos, un personaje de televisión odioso, el antihéroe que atrae al gringo promedio porque, como él, habla con la cerveza en procesamiento. Hígado más que cerebro, personaje perfecto para un gringo al que el sueño americano ha traicionado.

Por ello, el Trump de hoy se aleja de lo que dijo hace años sobre seguridad social o, incluso, migración. Sabe que su subsistencia -mediática y política- se encuentra en el extremo y no en el centro. Polarizar es un negocio pingüe en un país donde, hoy, parecía que el centro era la zona segura de los otros candidatos republicanos ante una Hilary que, como Trump, busca la antípoda del elefante.

Trump no llegará a la candidatura, pero logró poner en discusión una versión deforme de la problemática migratoria norteamericana. Mala noticia para su vecino país que, hoy, sufre una migración más preocupante para su estabilidad: la de reos de sus prisiones.

(GONZALO OLIVEROS)