Manual para identificar a un chilango de segunda

Estas instrucciones las sigue usted día y noche. Vivimos aún en una sociedad bien trinche elitista. Nomás es cosas de ver la manera en que tratan a los chilangos de primera y a los de segunda. ¡Pásele a ver!

 

  1. Bríndame la atención o te vas

Es refácil identificar a un chilango de segunda en cualquier Ministerio Público. Esos tugurios judiciales diferencian entre los que tienen cuates influyentes y los que no. Los de segunda tardarán horas en ser atendidos, incluso si están heridos, con un familiar secuestrado o si él mismo sufrió un delito. Al chilango de primera se le “brinda la atención” de inmediato, si no, los del MP pierden el hueso.

 

  1. La calle se vende

No es complicado identificar a los chilangos de primera, porque son los dueños de las calles: franeleros violentos, restauranteros abusivos que se apropian de las banquetas, influyentes con prepotentes guaruras, ambulantes agresivos que no pagan impuestos, vecinos finoles que cierran calles para ellos mismos, establecimientos que hacen de la vida pública la extensión de su negocio. ¡Son los reyes!

 

  1. Marranoterapia

Tome el caso de algún exjefe delegacional chilango que haya terminado su administración en medio de algún escándalo. Bueno, pues ¡ellos son chilangos de primera! A pesar de las acusaciones de malos manejos, de robar, corromper, hacer negocios para él, ella o los suyos, ahora tienen fuero, porque suben los peldaños del poder político y viven de las desgracias de los ciudadanos de segunda. ¡Nos terapean y se salen con la suya!

 

  1. Ratas de dos patas

Yo sé que si le digo en esta instrucción “funcionario público” usted seguramente pensará en un zoológico con “funcionarios públicos” en sus jaulas. Bueno, pues un funcionario de primera es el que se estaciona donde no debe, el que rompe las reglas que los de segunda cumplen y solo por el hecho de ser “funcionario público”. Aunque hay honrosas excepciones, dígame si lo estoy choreando. No, ¿verdá?

 

  1. ¡Ese maldito cadenero!

Me parece increíble que entrar a un maldito antro sea la prueba máxima de la discriminación. Y lo peor es que nadie tome cartas en el asunto. Siguen los de primera pasando las cadenas y siguen los de segunda rogando entrar al bar, al salón de baile. Pero no. Los de primera vienen disfrazados de opulentes, los de segunda tendrán que ser amigos de los ‘mirreyes’ para poder entrar. ¿Qué jodidos estamos, no?