Un poco de autocrítica para las fiestas patrias

Los mexicanos somos afectos al deporte de quejarnos de los políticos y de los funcionarios públicos como si pertenecieran a una raza del todo desconocida que no logramos comprender. “¿De donde habrá salido gente tan cínica y tan corrupta?, ¿de qué planeta llegaron?”, preguntamos con indignación cada vez que abrimos el periódico y leemos sobre sus abusos y sus constantes fraudes. Si te identificas con lo que acabo de describir, te invito a que voltees a tu alrededor, y observes el comportamiento de nuestros compatriotas.

Empecemos por un sector de la sociedad que abarca casi todas las clases: los automovilistas. ¿Cómo actúa la gente que tiene un coche o varios? ¿Respeta acaso las señales de tránsito, los semáforos, los lugares destinados a personas que usan silla de ruedas? ¿Acatan la regla de “uno y uno” para ceder el paso cuando dos vías coinciden? Hay muchas cosas que no soporto de esta ciudad, entre ellas la costumbre de colocar frente a las casas postes con candados, piedras, botes de cemento y hasta de detergente, para apartar lugares de estacionamiento. ¡La calle no es de ustedes, sépanlo de una buena vez! La calle es de todos y todos tenemos derecho a utilizarla. Lo que hacen es un delito y debería estar castigado por la ley. Conozco a una familia que, teniendo un estacionamiento para seis automóviles, colocó postes frente a su domicilio, con el fin de separar otros tres lugares en la vía pública. Sus miembros, dueños de muy buenas conciencias, critican sin cesar la impunidad de los políticos y abusos como el de la Casa Blanca. ¿No sienten acaso el menor remordimiento por abusar a otra escala del bien de todos? ¿Cinismo o esquizofrenia? Por desgracia la ciudad está repleta de gente como esa.

Otro ejemplo: en los últimos días, los empleados de la CFE han salido a la calle a cortar la electricidad de todos aquellos que tenían varios meses de adeudo. La gente acudía vuelta loca y a raudales a pagar más de un año de atraso, congestionando los cajeros, como si en vez de cobrar estuvieran regalando despensas. También ahí confluían las clases pobres y las adineradas. Por último, esta tarde escuché el relato de un niño a la salida de su escuela. Entre lágrimas, le contaba a su madre cómo uno de sus compañeros le había robado un juguete. Cruzo los dedos para que ese niño no se vuelva a su vez un ladrón, pues de esos ya tenemos demasiados y de todas las edades.

Si no lo asumimos de una vez, no podremos solucionarlo nunca: cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Nuestra sociedad está podrida. Nosotros mismos lo estamos, y caemos —aunque sea a escala más pequeña— en aquello que tanto nos molesta de nuestros gobernantes. Si de verdad queremos un cambio, es necesario empezar por disciplinarnos a nosotros mismos, a censurar a nuestros amigos y a nuestros familiares cada vez que cometan actos como los que acabo de describir y muchos otros como la evasión de impuestos o el lavado de dinero. Soy la primera en opinar que es urgente exigirle a los políticos un comportamiento recto, pero es igual de necesario y urgente que empecemos a cambiar en nosotros mismos aquello que criticamos en los demás. No hacerlo es perpetuar el cinismo y la demagogia de los que tanto renegamos.