La esclavitud del éxito a toda costa

Por: Redacción
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Vivimos en una sociedad donde existimos en la medida que somos productivos. Entre más productivos, más exitosos. Pero, ¿qué pasa cuando ya no puedes producir más?

Por Genaro Mejía

Cuando leas esto tal vez lleve un mes o más muerto. Muerto al menos para esta sociedad que nos tocó, donde sólo existimos en la medida que producimos. 

Me derrumbó una  enfermedad que nunca me había dado. Me obligó a parar en seco mi loca carrera por la productividad y el éxito. Desde mediados de año mi cuerpo me dio avisos de que algo no andaba bien, pero después de un par de antigripales seguí trabajando a todo vapor. Hasta que un día ya no me pude levantar, no pude pensar y tuve que dejar de trabajar. 

En mis 48 años nunca me había sentido tan vulnerable y tan perdido. Después de más de un mes en una batalla muy dura contra esta enfermedad aún no me siento listo para volver a las andadas. La pregunta es si quiero y puedo volver a ese ritmo de trabajo que comencé a los 7 u 8 años. 

Me dirás: “Ay, Genaro, ¿para qué me cuentas tus desgracias?” Lo hago con el único afán de que a ti no te pase lo mismo, y que un día te despiertes y tu cuerpo te diga: No puedo más. 

Pensé que después de dejar mi etapa de Godínez como empleado en los medios –lo que ocurrió en 2020, en plena pandemia– y volverme emprendedor dejaría de lado la esclavitud que había vivido bajo el yugo de empresas y jefes a los que nunca les importé como persona. Pero no fue así.

A partir de entonces el yugo me lo puse yo mismo: tenía que salir adelante, ser exitoso, trabajar el doble para no fracasar en medio de la crisis global. Mi familia dependía de mí. Así que me dije, como se dicen todos los emprendedores: “Tú puedes”.Un poco más de tres años después debo decir la verdad: ¡No! ¡Tú no puedes!

Una máquina de rendimiento

Estoy seguro que no soy el único que está sintiendo esto. No soy un caso aislado. Lo que me está pasando es la gran enfermedad de nuestra era, esa que el filósofo de origen coreano y naturalizado alemán, Byung-Chul Han, ha llamado la sociedad del cansancio.

“Bajo la compulsión del rendimiento y la producción, no hay libertad posible. Me obligo a producir más, a rendir más, me optimizo hasta la muerte, eso no es libertad”, dice Han en una reciente entrevista para El País.  

“La exigencia del rendimiento nos lleva a normalizar que sí podemos hacerlo todo, sólo por la propia voluntad, entonces no hay tolerancia a la no productividad, al no hacer. Es la sociedad del emprendedor, una cultura en la cual el ser humano se transforma en una máquina de rendimiento”, escribe la emprendedora Andrea Sabbatella en un artículo de LinkedIn.

¿Hay forma de vivir libre de la esclavitud de la productividad, el éxito y el “sí se puede”? Te mentiría si te dijera que ya tengo la respuesta. Por el momento sólo puedo decirte lo que ya no quiero: Ya no más trabajar hasta la extenuación, ya no más quedar bien con todos para ser incluido, ya no más la productividad y el éxito sobre mi propia vida. 

Ahora quiero usar mis habilidades de emprendedor para crear una nueva ruta, una nueva vida, en la que no tenga que demostrarle a nadie que valgo. Porque soy –somos– mucho más que lo que producimos. Porque a veces está bien no poder. Porque tú y yo y todos valemos sólo por el hecho de estar vivos.