Ángeles Cruz: cine para incomodar y abrir el diálogo en la comunidad

Por: Redacción
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La actriz y cineasta ñuu savi, originaria de la Mixteca de Oaxaca, aborda en sus cintas temas relacionados con su pueblo, Villa Guadalupe Victoria, con los que lograr abrir un diálogo que interpela al público en general

“Seguimos viviendo en un país tremendamente clasista, tremendamente racista, colonial. Seguimos perpetuando sesgos colonialistas en todos los sentidos: en nuestro trato a la otra persona, en nuestro trato a la tierra, a la naturaleza, a muchas cosas”. 

La actriz y cineasta Ángeles Cruz ha movido los reflectores hacia una parte poco explorada de las comunidades rurales en México. Fuera de la lente del exotismo, la folklorización y el complejo de salvadores blancos a través de la cual se suele presentar en pantalla la vida cotidiana de los pueblos originarios, la también guionista muestra en sus cortos y largometrajes algunas de las problemáticas que aquejan a su comunidad, Villa Guadalupe Victoria, enclavada en la Mixteca oaxaqueña, hogar de la nación Ñuu Savi.

Migración, abuso sexual infantil, adultos mayores que se quedan solos, mujeres que aman a otras mujeres y cierta “depresión” que vive su pueblo son algunas de las temáticas que aborda en su filmografía, grabada en la población con la venia de sus habitantes e incluso son su participación activa, pues muchos de los personajes son intepretados por locales.

 Con sus trabajos ha ganado múltiples premios nacionales e internacionales, entre ellos el Ariel a Mejor Ópera Prima por su largometraje Nudo Mixteco. Más allá de los reconocimientos, comparte a Máspormás, lo importante para ella es abrir el diálogo, a través del cine, con su comunidad.

¿Por qué hacer cine desde tu comunidad?

Es como estar en el lugar seguro donde sabes que conoces a todas las personas, donde si necesitas a alguien sabes quién lo puede resolver y quién te puede ayudar y quién te puede echar la mano. 

Para mí el cine que hacemos desde Villa Guadalupe Victoria es una película donde estamos todas las personas involucradas y cuando sale la película hacia afuera estamos compartiendo también parte de lo que somos, aunque estamos haciendo ficción, aunque no es documental.

Pienso que hemos romantizado a nuestras comunidades, que nos salimos y decimos “ay, mi pueblito, ay, mi comunidad tan bella”. Pero no, es bien duro estar ahí, saber que las opciones acaban, que tú le dices a alguien “oye, dale la vuelta”, pero con qué cara le dices a alguien “dale la vuelta” si ves que se le acabaron las opciones o que su familia no lo puede apoyar o que el estado no está garantizando ni el acceso a la educación, ni un sueldo digno, ni muchas cosas.

Recuerdo con [la presentación de] Nudo Mixteco [en la comunidad] que estábamos hablando, estábamos discutiendo los temas. Estábamos incomodándonos y diciendo “No, no manches, ¿por qué hizo eso? Hablamos, discutimos, conversamos acerca de la película. 

Sabemos que no es un documental y creo que por eso he podido seguir haciendo cine en la comunidad, porque encontramos nuestro reflejo y también la autocrítica, y podemos dialogar. El cine hace esta cosa maravillosa, que no es un libro, no es una noticia, no es un choro político. Es una película y te da la fortuna de tener un pequeño distanciamiento.

El cine, una necesidad

Como que tenía la necesidad de contar algo y encontré en el cine el lugar para hacerlo. No lo hago ni como un hobby ni como un divertimento. Yo siento que es una necesidad, que es una fuerte necesidad de contar una historia en concreto, escribo muy poco y lo que he escrito lo he filmado.

Pienso que sólo escribo para que la película pueda llegar al cine. Y para mí eso es una necesidad, que se ha convertido en un placer. Empieza como una necesidad de querer contar algo en concreto. 

Me pasa cuando encuentro los temas de mis películas que se me imponen y no me dejan dormir, que están dando vueltas y vueltas y vueltas. Y mi espíritu empieza a estar vibrante y empiezo a tener un ahogo hasta que digo “tengo que hacerlo, tengo que escribir de esto”.

Me molesta muchísimo el abuso sexual infantil, que es el primero que traté en La tiricia o cómo curar la tristeza. Ya no podía dormir de una tiricia que me habían aventado con una información, de saber que alguien cercano a mi familia, a mi persona, había pasado por ese dolor. 

Y no dejé de pensar en ello. Seguí, seguí, seguí, seguí hasta que escribí ese guión. Y pasa lo mismo con las otras historias, que no voy a contar cualquier cosa, que voy a contar las cosas que para mí me parecen fundamentales e importantes. Poder compartir, ¿no? Podemos sembrar un montón de maíz, pero sabemos que escogemos una semilla para la próxima cosecha, ¿no? Para mí es esa la escritura. Y ahí empieza el cine.

En tu trabajo hablas mucho sobre las mujeres rurales…

En los referentes que tengo del cine que nos ha llegado durante años no me siento representada, no me siento ahí, no siento que hablan de mí, no siento que el destino me puso ahí, yo siento que yo puedo decidir mi destino. 

Lo que me pasa cuando escribo personajes femeninos es que les doy al poder de decisión sobre su vida, sobre su destino y creo que eso no me di cuenta, no lo hice consciente, lo hice totalmente inconsciente, porque yo creo que es el deseo de todas las mujeres: vernos representadas dignamente en pantalla y poder decidir nuestro destino y no esperar a que venga un tipo y te salve la vida o esperar a alguien para que tu vida tenga sentido, creo que tiene sentido en sí.

Creo que nosotras podemos decidir nuestro destino ya sea la circunstancia que nos toque sortear, pero que tenemos la capacidad de decisión que tienen en común mis películas, pues tienen mujeres que deciden, te gusta a ti la decisión o no te guste como público, las mujeres están decidiendo a quién amar, cómo amar, a quién no amar, qué sigue en su vida, cómo la viven y en sus propias condiciones. 

Entonces trato de que sean personajes complejos pero con temas que a mí me incomodan o me atrapan o que quiero de alguna manera lanzar preguntas y que el público complete la oración y pueda devolverme un reflejo que yo todavía no he descubierto de mí.

¿Qué piensas del 12 de octubre?

Seguimos viviendo en un país tremendamente clasista, tremendamente racista, colonial. Seguimos perpetuando sesgos colonialistas en todos los sentidos: en nuestro trato a la otra persona, en nuestro trato a la tierra, a la naturaleza, a muchas cosas. Entonces es un día que en particular me molesta, siento que hace más grande la herida, siento que esos días sólo recuerdan la oscuridad.

Valentina y la serenidad

“Pensando en Valentina o la serenidad, mi último largometraje, surge como una necesidad de explorar el duelo en la infancia, en las niñas, en los niños y luego vemos la muerte. De cómo los adultos no se relacionan con los niños a la hora de la muerte, que piensan que no van a entender, entonces no explican nada. Valentina o la serenidad se estrena en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), del 20 al 29 de octubre. Mi protagonista es una niña de ocho años, se llama Danae y todo el cast es de ahí ,de Villa Guadalupe Victoria, salvo la mamá que es [la actriz] Miriam Bravo, quien me ayudó también en el casting y me ayudó en talleres de actuación que armamos entre las dos. Estuve involucrada en todo el proceso”.

¿Cómo sería tu sociedad ideal?

La autodeterminación en muchos sentidos, en el sentido cultural, en el sentido lingüístico, en el sentido de leyes, en la abolición de los partidos. La política en este país me da asco en muchos sentidos. Para mí el lugar ideal es eso. 

Vivir en comunidad tiene sus problemas, tiene sus maneras de transformarse. Somos distintas las personas que habitamos en la comunidad, pensamos distinto, tenemos intereses distintos.  La maldad existe, hay mezquindad en todos lados, no nada más en las grandes urbes. También en nuestras comunidades hay todo tipo de intereses que se mueven, pero yo sigo creyendo.

Texto por Arlen Pimentel. Fotografía: Cortesía