Foto: Edgar Durán

Isla urbana: cosechar una isla

Ciudad

Lavas tus trastes con agua purificada que compras al triple de su precio. Te rasuras con agua mineral. Te bañas siempre en casas de familiares o amigos. Y, como nunca sabes cuándo aparecerá la pipa que abastece a tu colonia, uno de tus hijos tiene que dejar la escuela para quedarse en casa. Vives en Tlalpan, en Xochimilco o en Iztapalapa; allí donde el agua potable nunca llega pese a que, cada verano, la lluvia convierte las calles en ríos caudalosos.

“Ciudad de México está catalogada como la tercera ciudad con mayor estrés hídrico del mundo. La viabilidad misma de la urbe se ve amenazada por este problema. Sin embargo, no tendríamos que padecer por falta de agua: aquí llueve mucho más de la que se consume”.

Quien habla es Enrique Lomnitz, un hombre de cabello crespo que, ante las cámaras, aparece siempre vestido de color azul turquesa. En 2013 fue reconocido por el Massachusetts Institute of Technology como uno de los emprendedores menores de 35 años más importantes del mundo. Lo han llamado el “Mark Zuckerberg mexicano” gracias a un proyecto que poco tiene que ver con la alta tecnología o los dispositivos móviles: Isla Urbana.

Imagínalo así: tan solo el primer miércoles del pasado septiembre, 11 mil millones de litros de agua cayeron del cielo en unas horas. Si esta agua se recolectara, un solo día de lluvia bastaría para abastecer de agua a más de cuatro millones de personas durante una semana. Parece imposible que, antes de Isla Urbana, a nadie se le hubiera ocurrido desarrollar a fondo algo tan simple: cosechar lluvia.

Desde 2009, Lomnitz y su equipo han instalado más de siete mil sistemas de captación de lluvia en México. Esto significa que siete mil viviendas aprovechan su azotea para recolectar el agua que cae sobre ellas, la cual se filtra y se purifica a tal grado que se puede beber sin peligro alguno.

“En CDMX un sistema así resuelve tu consumo de agua hasta por siete meses. En algunos casos se puede vivir todo el año. Que una familia deje de invertir tantísimo tiempo y dinero en conseguir el agua necesaria le ayuda a concentrarse en otros temas: la educación, por ejemplo. Es una herramienta de autonomía que le permite a ellos no depender del gobierno, de las pipas ni de las purificadoras. A escala macro, esto es mucho más potente: bombear el agua de otros estados es caro y antiecológico”.

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