“La crónica es un ejercicio de resistencia”: Carlos Manuel Álvarez

Ciudad

La otra realidad de Cuba, sus principales influencias y los vicios del periodismo contemporáneo son los temas de los que habla Álvarez en esta entrevista

El periodista cubano —quien vive a caballo entre la Ciudad de México y La Habana, y ha colaborado para medios como The New York Times, BBC World y Gatopardo, entre otros—  publicó hace unas semanas su libro más reciente La tribu. Retratos de Cuba, bajo el sello editorial de Sexto Piso.

¿Cómo describes La tribu…?
Son 250 páginas donde describo la Cuba en negativo detrás de los cintillos de prensa a lo largo de estos tres años: lo que hay detrás del restablecimiento de relaciones, el sistema de salud, la pobreza material y el exilio, entre otros temas. Se trata de una serie de crónicas que insisten en la descripción del ambiente, la atmósfera y la persona. El subtítulo Retratos de Cuba no es casual. Podría decir que son una especie de postales impresionistas que abundan en el drama psicológico de los personajes envueltos en ellas.

La mayoría de estas crónicas ya habían sido publicadas en otros medios, ¿desde el inicio tuviste en mente este proyecto?
Hay un par de crónicas que sí son inéditas y, aunque escribí dos o tres antes de tener la idea del libro, la mayoría las trabajé pensando en cómo armaría el mosaico que presento. No me dediqué a reportear las historias que se habrían vuelto redundantes de haber formado parte de este volumen. En total, fueron cuatro años de trabajo.

De alguna forma, tu trabajo te convierte en una especie de documentalista.
Estoy de acuerdo en que el término “documentalista” podría ser una manera cercana de definir mi trabajo. Hay algo que emparenta a la crónica con el documental. Yo quería que mis historias tuvieran esa plasticidad propia de la imagen. El cronista es alguien que está observando la realidad y que, de alguna manera, la refleja: tu escritura, tu ojo, es tu cámara. La crónica siempre es un ejercicio de resistencia y, al decir esto, me refiero a que hay un componente inevitable que te lleva a enfrentarte al poder de los medios y ciertos discursos. La crónica es un martillo frente al estereotipo y los lugares comunes; en este caso, los de mi país, tan ceñido a etiquetas. Es muy fácil resolver de un plumazo y afirmar que Cuba es “tal o cual cosa”, pero yo he decidido tomarme mi tiempo para presentar esta especie de negativo fotográfico del país.

¿Qué esencia quisiste sacar de las diversas situaciones que viste?
No sé si hay una esencia como tal. Yo me encuentro con cada historia desde la incertidumbre y no tengo una idea ya diseñada de lo que quiero contar. Todo el tiempo me acerco a determinadas historias y conflictos a través de intuiciones y sospechas, por lo que, en muchos sentidos, los descubrimientos del lector y del cronista se vuelven paralelos.
Cada historia es contada desde la incertidumbre y la duda, sin pretender dar respuestas definitivas —porque no las tengo—. Se trata de demostrar los hechos y que ellos mismos den su juicio de valor, tal como lo haría el documentalista. No estoy tomando las historias para demostrar una tesis; respeto al lector como para saber que tiene el derecho de acercarse sin que yo lo predisponga más allá de lo que supone el ejercicio de escribir algo filtrado por la propia subjetividad, con sus filias y fobias.

¿Cuáles dirías que son los principales vicios del periodismo contemporáneo?
Hay que empezar por determinar a qué tipo de periodismo te refieres. Lo que se ha dado por llamar la “posverdad” no es más que otro nombre de la mentira. Es muy probable que la falta de rigor siempre haya sido el gran enemigo del oficio. Además, los tiempos que imponen los modelos de prensa tampoco son muy favorables: se cuentan historias en 20 líneas con un reporteo de dos minutos que, en muchos casos, aborda conflictos cuya explicación requiere mucho más tiempo. El periodismo ofrece un universo muy amplio, pero, en lo personal, estos son los vicios que más me molestan e intento evitar.

¿A qué periodistas llamarías tus maestros?
En específico, hay un nombre fundamental: Juan Orlando Pérez, quien fue mi maestro de manera directa. Gracias a él aprendí un par de claves precisas sobre la forma en que yo quería narrar la realidad de mi país. Faltan los referentes cercanos, porque el periodismo en Cuba es como un oasis vacío.
También tengo maestros norteamericanos y en nuestra lengua; me refiero a todo ese caudal de referentes que uno acumula antes de escribir. Para no ir más lejos, considero que Martín Caparrós —de quien me gusta mucho La guerra moderna—, Jon Lee Anderson y Leila Guerriero, los tres periodistas que generosamente aparecen en mi libro, son grandes maestros. Miami, de Joan Didion, también ha sido una lectura verdaderamente importante para mí.

Los diez favoritos de Carlos Manuel Álvarez

Poesía completa, de César Vallejo

Paradiso, de José Lezama Lima

Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski

Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline

La obra periodística de David Foster Wallace

Diario de campaña, de José Martí

Elegías de Duino, de Rainer Maria Rilke

El ruido y la furia, de William Faulker

Hijo de Jesús, de Denis Johnson

Vida y destino, de Vasili Grossman

(Fotos: Lulú Urdapilleta)