Viaje a la frontera en la nueva novela de Alejandro Páez

Ciudad

Oriundo murió de la misma forma en que pasó sus primeros años en este mundo: solo. Eso sí, mientras vivió fue muy generoso y estuvo rodeado de gente. Creció con una mujer que no era su madre y cinco medios hermanos que insistían en molestarlo. Trabajó desde pequeño. Mucho. Y también se dedicó a vagar hasta comprender que el mundo es tan grande y tan complicado como nosotros queremos que sea.

Pero esta no sólo es la historia de Oriundo. Es, también, la de Octavio Laredo, el padre, un hombre de muchas mujeres que alguna vez intentó ser monógamo, y terriblemente aterrado ante la idea de estar solo; la de Aurelio, el bisabuelo, empleado de confianza de don Luis Terrazas, obligado a salir de Chihuahua rumbo a El Paso para escapar de la Revolución; la de Jon, un mecánico fascinado por el desgrasador, dedicado a beber güisqui las horas que no trabaja, y concentrado de por vida en reconstruir un Cadillac 1936 Serie 60; la de Gamboa Las Vegas y la de Niño, un fiel cachorro que, ante la muerte de su amo, sólo es capaz de ladrar y ladrar hacia las montañas.

Y al fondo, un territorio que es más conocido como escenario de narcoliteratura: un espacio árido y seco, un desierto en el que no hay esperanzas y la terquedad es necesaria para sobrevivir, una frontera que está llena de promesas pero es capaz de acabar con cualquiera. El país-de-en-medio que le exige a sus habitantes, que los hace duros.

Oriundo Laredo es la cuarta novela de Alejandro Páez y es, hasta ahora, la más personal. La que parece más sincera, más transparente. Comparte con las anteriores una manufactura precisa, en la que cada palabra ocupa el lugar que le pertenece gracias a un trabajo previo de planeación, dejando poco espacio para la improvisación.

Oriundo Laredo

Alejandro Páez Varela

México, 2016

Alfaguara

211 páginas

$249