No me toques ese pan

Por: María Isabel Mota
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Fotografía: Cortesía

  • Pero quería gomitas. Y me tragué las gomitas. 
  • ¿Quieres agua?
  • Nonono, ahorita se me pasa. No debí comer las gomitas. No debí comer las gomitas. 

Siento el ceño fruncido y un nudo en la garganta. Sé lo que está sintiendo. Mi espejo, mi compañía respira rápidamente y siente mareo mal levantarse de la silla donde segundos antes le costaba mantener la posición erguida y los ojos abiertos. 

En la calle suenan los motores de autos, motos, helicópteros, maquinaria pesada, la conversación en el café vecino, peatones que van y vienen y perros. 

Quien pasa se detiene a la puerta del negocio donde sabe que, sin necesidad alguna, recibirán premio. 

No hay perro en la colonia que no se detenga. Hay quienes llegan exigiendo, hay quienes luchan con la correa para acercarse, hay quienes hacen fiestas o trucos para ganarse la recompensa. Hay a quienes no les importa la galleta, quieren caricias. El premio, la gratificación instantánea, comerla de un bocado, pedir más, siempre más. ¿Ya no? ¿Ahora a donde vamos? ¡¿PARQUE?! Y se van felices, con la cola hecha un ventilador. 

Yo vuelvo a mi guarida donde no hay perro que me exija, si no gatos geriátricos que me permiten existir a su lado. Si tengo suerte, me permitirán verles comer. 

Hace más de una década, un pariente que se obsesionó con la ciencia de la salud me pidió que hiciera experimentos con él. A ver tía, ¿qué crees que pasaría si comieras puras cosas altas en potasio? Y me explicaba la teoría y yo trataba de seguirla, porque yo no hablo ciencia, yo hablo comida. Entonces donde él decía: “Espinacas, plátanos, pescado, agua, agua, agua”, yo pensaba: “¿Puedo ponerle cebollita?”

Llevo negociando 30 años los experimentos que las obsesiones de ese pariente implican en mi vida. Él tiene 2 años saludándome así: 

¿Cómo vamos con la dejada del pan? 

Mijo, no me toques el pan. 

¿Por qué el pan? 

El pan me da consuelo. 

Mira, yo salgo de la casa y vivo como en un estadio que no duerme, y en esa locura hay panaderías que son de las mejores de la ciudad. Donde no lo hacen aquí, lo traen de donde tienen 5 estrellas. Y una tiene pocos lujos, no quiero un air fryer, quiero un rollito moreno, una galleta de pan de muerto, quiero unos hotcakes, quiero un bolillito a la plancha con mermelada falsa, quiero un scone con arándanos, un panqué de plátano cubierto de chocolate, 5 gorditas de nata, un puerquito de piloncillo con mantequilla, un rollo de guayaba… Y me compro unos pesos de apapacho perfumado a azares, canela, clavo, chocolate… y es como si volviera a clavarle la nariz en el cuello al bato que más me destruyó la vida, pero sin que me la destruya.

No me toques ese pan. 

Pienso en voz altísima dentro mi cabeza, pero contesto con un gesto lleno de angustia y cambio el tema porque uno de los gatos se presentó al rescate y saludó. 

  • Mira, estos todavía no tienen síntomas graves…

Lo distraigo con enfermedades de otros animales de los que científicamente sabe poco, y por lo tanto le intrigan, para que yo no vea lo que él ve porque sabe demasiado, no sólo porque estudió, si no porque nos conoce, genéticamente. Qué joda saber. Quita el sabor. 

Desde hace 6 semanas ya puedo decirle al pariente que ya no hay panecito. Y como hemos hecho desde que le dio por obsesionarse con entender la ciencia del cuerpo, le platico lo que observo y él me lee o me escucha con la misma cara que ponía su abuelo cuando yo le trataba de explicar que no podía hacer algo. 

Seis semanas sin besar un panecito, se sienten igual que seis semanas sin besar a quien te gusta. 

Y miren, nada me ha dado más cruda, ni me ha dejado más destruida, que una borrachera de amor romántico. La sobriedad cuesta, pero hace mucho que no tengo que pagar platos rotos por emborracharme de romance. 

El panecito y el romance, son dopamina. Esa hormona que sobre producimos para vivir siempre en excitación, porque si no, no sentimos que la vida pasa por nuestras venas aunque el corazón no deja de latir. 

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Un beso más

Un panecito más

  • No debí comerme esas gomitas. No debí comerme esas gomitas.
  • Siquiera siéntate. No le exijas más a la cuerpa. Debí haberte traído almendras.
  • Nel, de todos modos me hubiera tragado las gomitas.

Y sí… mi espejo lo sabe, yo lo sé. 

Dejar el romance es mucho más complicado que dejar el pan, pero por algo se empieza. Vivir necesitando menos, es la manera más punk que tengo de vivir. Dejar que el postre sea postre, que la gozadera, sea la gozadera y que vivir sea ese milagro que existe en cada respiración, en esa calma que tiene un gato al dormir, con el sol a cuestas. 

Maríaisabel Mota es chilanga, cuarentona, crazy cat lady y publica sus piensos desde 1993, cuando para leer opiniones había que ir a la esquina a comprar el periódico. Se dedica a tejer y a escribir