Paula Morán, especialista en Aves. Foto, Lulú Urdapilleta

La encantadora de aves

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Paula Morán es especialista en ayudar a los chilangos a mejorar la atención que le dan a sus mascotas emplumadas.

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

Paula Morán, veterinaria y especialista en aves, busca en su celular la foto de un paciente que le llevaron a su clínica esta mañana.

“La dueña me dijo: ‘así amaneció’”, recuerda Paula mientras enseña en su teléfono la foto que le tomó a un loro con el ojo visiblemente inflamado.

Paula tiene el rostro sereno y su voz es suave, como si cada cosa de este mundo fuera frágil y cuando la tocara, incluso con el sonido de la voz, se impusiera hacerlo con cuidado, pero en ocasiones, esa serenidad se vuelve frágil.

Para qué mentir —dice Paula con voz suave y dulce, pero tensa por el enojo—, porque ella sabe que ningún loro desarrolla una infección ocular de tal magnitud de la noche a la mañana. Porque, para que eso ocurra, deben pasar días, incluso semanas. Porque encuentra inconcebible que la dueña no se hubiera percatado antes.

Los pacientes de Paula requieren atención específica. Por sus características, es recomendable que sean atendidos por un especialista en aves y no por un veterinario general. Paula, fundadora de la clínica veterinaria Kramer, conoce de los cuidados que requieren, desde las aves de compañía hasta las especies rapaces.

Sabe, por ejemplo, que para alimentar a un ave de presa, un ratoncito es una buena opción. De preferencia, vivo. Y si acaso está muerto, recomienda calentarlo en agua y rebanarlo en trocitos. Un delicioso alimento que proporciona proteínas, vitaminas, calcio y bajo contenido de grasa.

Conoce también que una dieta basada exclusivamente en semillas de girasol es contraproducente para las aves de compañía, ya que las semillas contienen demasiada grasa que eventualmente afectará al hígado y que con el tiempo propicia que el ave no pueda sostenerse a sí misma sólo con la fuerza de sus patas.

Y definitivamente desaprueba que sean alimentados con elotes. Peor aún si estos están preparados con mayonesa y queso.

Paula se cubre la cara con las manos, niega reiteradamente con la cabeza: “¡No, no puede ser! Hay gente que ha llegado a decirme que su ave de compañía come elotes con mayonesa. Peor aún: me dicen que le dan pan. Y todavía más grave: le dan pan con leche. ¡Un ave no necesita leche!”.

El problema, según Paula, es que los dueños humanizan a las aves que tienen en casa. “Me han dicho: ‘Ay, doctora, es que si viera con qué ojos de antojo me mira cuando estoy comiendo elotes. Ni modo que no le comparta’ —dice Paula, quien no puede evitar apretar los labios—. Piensan que les hacen un favor, cuando en realidad están afectando su salud”.

En la Ciudad de México pocas clínicas se especializan en el cuidado de las aves. Una es la Clínica de Aves de la Facultad de Veterinaria de la UNAM, en la que Paula de-
sempeñó sus prácticas antes de asociarse con una compañera y establecer su propia clínica en la delegación Gustavo A. Madero.

Ninguna de estas dos clínicas limita su servicio: atienden aves criadas en cautiverio, y también a las que han sido capturadas fuera de la ley, como tucanes y guacamayas. Y aunque la práctica de la medicina aviar fomente la adquisición legal de las aves, Paula se ha encontrado con dueños que adquieren sus ejemplares de forma dudosa.

“Uno, como veterinario, tiene la obligación de salvar a las aves, sin importar su procedencia. Lo único que nos queda es concientizar a los dueños de que no es correcto que posean ese tipo de aves”, dice.

Aunque eso de concientizar no es sencillo: “Algunas personas no tienen idea de los cuidados que requiere su ave”, dice Paula, quien recuerda a un dueño que no sabía que su ave necesitaba tomar agua.

Ese aspecto humanitario en el trato con animales le han llevado a ser paciente cuando trata con las aves en su clínica o en los dos aviaros de la ciudad donde también da consulta cada semana.

Por eso conoce cómo debe acercarse a un ave de presa: con un movimiento rápido de las manos, protegidas por guantes de carnaza. “Este tipo de aves ataca con las garras, no con el pico. Por eso tienes que apresarlas con los guantes”.

La experiencia resulta estresante para el animal. En caso de que en un primer intento no se logre capturarlo, hay que dejarlo en paz unos minutos e intentar de nuevo. Pero en la experiencia de Paula, la mayoría de las aves llegan tan debilitadas por malos tratos, que apenas oponen resistencia.

En esos casos, a Paula sólo le queda hacer acopio de resignación y ayudar como puede a sus pacientes alados, como cuando se quedó con un ave de compañía sin pico, a la que el dueño no quiso de vuelta porque ya estaba “fea” y que desde entonces vive en su casa con ella.

Incluso, ha tenido que aceptar que hay dueños a los que no les interesa hospitalizar al animal, porque una estancia, que varía entre 15 pesos (en caso de un canario) y 90 (en caso de loros y mochuelos) por día, puede superar el precio que pagaron por el ave. “Me dicen que no. Que mejor se compran otro”, cuenta Paula.

Eso, el desinterés por los animales, es otra cosa que Paula aún no ha podido comprender, como la lógica de la dueña del loro del ojo inflamado, que prefirió no internar a su mascota.

En cifras:

  • 90 pesos por día puede costar la hospitalización de un ave, según su tamaño.
  • 30 aves llegan a su clínica cada mes para ser hospitalizadas por algunos días.
  • 15 aves, en promedio, reciben consulta cada semana en la clínica.