Los oficios de la muerte

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Peritos, maquillistas y mariachis. Reunimos a los rostros que acompañan hasta el final a nuestros muertos chilangos… los oficios de la muerte

Para hablar sobre la muerte en la CDMX, reunimos algunos de los encargados de despedir, desde diferentes oficios, a todos esos seres queridos cuando ha llegado su tiempo de partir

Por Alex Casamor y Alejandra Crail

Él murió y no hay vuelta atrás… no la hay. Muerto, bien muerto, se escucha entre murmullos y flores blancas mientras, en el sillón que ocupa el centro del salón de la colonia San Rafael, hombro con hombro, una familia no para de llorar. Atrás quedó la llamada donde les avisaban del deceso. Atrás, la decisión de quién reconocerá el cuerpo y quién se ocupará de gestionar y elegir: maderas o telas; abierto o cerrado; maquillado o sin maquillar.

Un chofer que dirige el cortejo, unos mariachis que lo acompañan hasta el hoyo, un hombre que cava, tierra en las manos, una plegaria al cielo, un adiós, un consejo y un fin… la industria de trabajar con muertos, la que se sostiene con el duelo, con el adiós, como materia prima, completó el ciclo.

En la Ciudad de México, mueren 170 personas diario aproximadamente. El Consejo Mexicano de Empresas de Servicios Funerarios (Comesef) refiere que esta industria representa 12 mil millones de pesos al año y se tiene registro de 5 mil negocios dedicados al giro en el país. Aquí algunas de las historias de esos personajes.

De la TV a la realidad

En los ojos de Blanca se atesora el momento en el que la piel se le puso “de gallina” al descubrir su gran vocación: en la televisión, un agente resolvía un asesinato. Ella quería hacer de su oficio algo similar.

Ahora, a sus 26 años, sus ojos han mirado de cerca la pérdida de la vida, la violencia y el dolor, consecuencia de la influencia de los recuerdos que la orillaron a estudiar criminología. “De verdad, no es por morbo —dice tajante—, me gusta investigar el porqué de que la gente muera”.

Entusiasta de la psicología y la fotografía forense, rompió esquemas familiares al elegir su profesión y desempeñarse como perito de campo en la Procuraduría de Justicia capitalina (PGJCDMX), así como en el Ministerio Público de la delegación Cuauhtémoc. Ahí, descubrió que la realidad de la justicia y el dolor de una muerte en la Ciudad de México están muy alejados de lo que se puede mirar en la televisión.

Maquillar a 3 mil al año

El tantopractólogo y maquillista es una de las últimas personas que están en la vida de alguien; un eslabón que colabora con el duelo y el cierre de un ciclo en la vida de los familiares, al ofrecer la posibilidad de conservar la imagen de quien muere.

Como aquella vez en la que las 60 puñaladas sobre el rostro de una mujer le llevaron varias horas de trabajo y una gran satisfacción, ya que, cuando la hija de la fallecida pasó a reconocer el cadáver y no vio rastro del ensañamiento del asaltante que se cobró la vida de su madre, pidió inmediatamente hablar con él. Armando entró por la puerta, ella lo abrazó y, entre lágrimas, le dijo: “Me regresaste a mi madre”.

Exceptuando casos como este, la labor de Armando es anónima, asegurándose de que los 25 cadáveres que maquilla en cada uno de los tres turnos que hace en 24 horas se vayan prácticamente intactos. Como en vida.

Vivir con ella, vivir por ella

Pedro Jaramillo estudió Biología. Su pasión era la vida, pero hoy vive de trabajar con muertos. Es la tercera generación de una familia que inició en el negocio de fabricar ataúdes en los años 50, cuando, en la colonia 20 de Noviembre, su abuelo abrió una carpintería que abastecía de ataúdes.

“Es la última morada del hombre y su única función es trasladarlo y exhibirlo”.

Lozano creció entre muertos y lágrimas de familiares que lidiaban con sus pérdidas. Desde entonces, el manejo de cuerpos y los trámites para poderlos embalsamar, enterrar o cremar es su pan de cada día.

Él le apuesta al futuro y, según sus estadísticas, en aproximadamente 20 años, 80% de la población de la CDMX preverá su muerte. Hoy en día, el chilango todavía le teme; solo 10% se atreve a vencer ese miedo e invertir en un plan de previsión. “Se trata de empezar a razonar el hecho de que los que estamos vivos, en 100 años estaremos muertos. Nos va a llegar y en estos temas lo único que realmente podemos prever es la parte económica”, dice.

En los panteones reina el silencio. Por eso, cuando Juan Andrés está cansado, se acuesta sobre una tumba y descansa un rato los ojos. Su familiaridad con el ambiente no es casual, desde los nueve años acompañó a su papá al trabajo y se acostumbró a jugar entre muertos, a ver, oír y sentir el dolor ajeno. Hoy, es sepulturero. “Me hipnotizaban las historias de mi padre. Nunca vi otros oficios, yo lo que quería ser era esto”, acepta Juan Andrés que lleva 20 años trabajando en el Panteón Civil de Dolores.

Al menos, el servicio funerario está en el pasado, pero queda una fase final ya que “nadie muere salvo que sea olvidado”, tal y como sentencia Selene Balderas, la primera tanatóloga pública de la Ciudad de México, quien cada mañana averigua en una lista los servicios del día para detectar a los familiares del difunto y ofrecer sus servicios de apoyo psicológicos, que buscan no agregar más dolor a la pérdida por el contrario ayudar a comprender la muerte. “Yo me ayudo ayudando, acompañando en el dolor”, y así la industria llega al silencio, a su punto final. Es tiempo de descansar y hacerlo en paz.

Numeralia

170 personas mueren en promedio cada día en la Ciudad de México.

6 mil pesos cuesta en promedio el servicio funerario más económico.

250 rostros de difuntos reconstruye al mes un maquillista del Semefo.

Este texto se publicó originalmente en la revista Chilango en octubre del 2016.