Operar mientras la tierra tiembla

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El doctor David Arellano coordinó una cirugía a corazón abierto, en medio del terremoto del pasado 7 de septiembre.

El Doctor Arellano Ostoa y un equipo de 11 especialistas lograron cambiar una válvula cardiaca del corazón de una niña de nueve años. Todo en mitad del sismo más fuerte de los últimos 100 años en el país.

El corazón de Mariana estaba en pausa cuando la tierra comenzó a palpitar. El quirófano uno del área de Pediatría se ubica en el séptimo piso del Hospital General La Raza y allí cada segundo es vital. Sobre todo cuando se trata de una falla cardiaca.

La primera sacudida llamó la atención del cirujano, pero dudó. La segunda hizo brincar a médicos y enfermeras. A partir de entonces, nadie se movió. La vida de Mariana, de nueve años, pendía de las manos de esas 12 personas. Era jueves, 7 de septiembre, faltaban 11 minutos para la medianoche, cuando el hospital entero sintió el temblor más fuerte de los últimos 100 años en medio de una operación a corazón abierto.

“Pensé que me estaba mareando —dice David Arellano Ostoa, jefe del Departamento de Cirugía Cardiaca Pediátrica—, que ya necesitaba comer algo o que el cansancio me estaba pasando factura. Tuvimos una cirugía ese mismo día en la mañana. Este caso nos llegó de urgencia y no dudamos en atenderlo de inmediato, por eso en el primer jalón creí que el que tenía mareos era yo. Hasta que nos dimos cuenta que los equipos y las lámparas también se movían”.

El procedimiento había comenzado a las 22 horas. La paciente ameritaba cirugía de emergencia, llegó con dificultad para respirar y una tonalidad azul en la piel que indicaba urgencia. Una hora y media después, cuando llevaban un tercio de la operación, un sismo de 8.2 grados sorprendió al equipo que, en total silencio, decidió quedarse quieto mientras el movimiento arreciaba.

Mientras tanto, se evacuaron los dos primeros pisos del hospital y el resto de los niveles se replegaron a las zonas de seguridad. Afuera, un par de bardas se caían, el Ángel de la Independencia se agitaba como nunca se había visto y cientos de personas salían a las calles, en pijama, para escapar de alguna posible tragedia. El sismo del siglo, lo llamaron los periódicos al día siguiente y, aun así, esos 12 médicos esperaron.

En el quirófano no hay alerta sísmica y la que retumbaba en toda la capital parecía imperceptible. Tal era el nivel de concentración y templanza del equipo que atendía a Mariana, quien ya era conocida en la unidad Médica del IMSS: cinco años atrás había sido operada por un defecto congénito en una válvula pulmonar.

“La pequeña tuvo un problema de nacimiento que requirió una cirugía cuando tenía cuatro años. En esta ocasión empezó con una infección que la puso en un estado grave y necesitábamos examinar su corazón para confirmar que lo que estaba fallando era una válvula. Por suerte pudimos cambiarla antes del sismo y con eso ganamos tiempo”, cuenta el médico responsable de la cirugía.

No era la primera vez

Bip, bip, bip… era el único sonido en el quirófano. Un equipo electrocardiográfico medía la presión en el bombeo de la sangre en las arterias de Mariana. El movimiento de la tierra parecía sincronizado con su ritmo.

“¿Cómo va la presión? ¿A qué temperatura estamos?, ¿y la frecuencia respiratoria?”, Arellano rompió la tensión. No era la primera vez que el cirujano era sorprendido en plena cirugía por el movimiento de la tierra. Un viernes santo, del 2014, otro sismo de 7.2 grados lo había hecho sudar frío. También entonces mantuvo el pulso firme.

Con la mirada entre el reloj y los equipos que se tambaleaban, supervisaron el corazón que estaba a punto de volver a la niña.

A la orden de “vamos a echarle velocidad”, el equipo también conformado por el cirujano Carlos Luna, el pediatra Toño García y la anestesióloga Daniela Campos, además de enfermeras, instrumentistas y técnicos, soportaron los embates. Ya antes habían aceptado participar, pese a que su turno había terminado y a que la operación podía durar hasta cinco horas.

“Estamos vivos, doctores”

Segundos antes de sentir el sismo, los especialistas calentaban la sangre de la paciente: para hacer una operación a corazón abierto es necesario llevarla a un nivel de hipotermia. Ahora, los médicos casi lograban regresarla a su temperatura cotidiana. A punto de iniciar la reconexión del corazón, todo comenzó a moverse.

“Estábamos a nada de concluir el proceso más complejo, el de más riesgo. Me preocupaba sacar adelante a la niña, poder retirar la máquina que bombeaba la sangre y poner a funcionar el corazón. Tuvimos que detenernos unos minutos mientras todo se dejaba de mover”, cuenta David Arellano.

Hasta ese momento nadie sabía qué había pasado afuera. Si había daños o si las familias de los médicos estaban bien. La expectativa se mantuvo hasta que el corazón de Mariana volvió a palpitar. Una vez estabilizada, los 12 fueron saliendo por grupos para llamar a casa.

Y volvió a pasar el 19

Ya lo dijo Juan Villoro: en esta ciudad un rayo sí cae tres veces en el mismo sitio. El 19 de septiembre otro sismo y otra operación se encontraron en el mismo quirófano y con el mismo doctor. Esa tarde, en el Hospital La Raza cayeron plafones y pedazos de cemento. El edificio crujió por todas partes. Al mismo tiempo, Nayra, de 22 días de nacida, diagnosticada con una cardiopatía compleja, era sostenida por el doctor Arellano para continuar con la cirugía.