Ilustración: Michel Laris

Refugio de migrantes

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Desde hace una década, las políticas nacionales modificaron la migración y la CDMX se volvió una ciudad “de paso” para quienes se dirigen a Estados Unidos: hoy también es una opción para vivir

La memoria de Allan parece imborrable. Puede narrar día a día lo que vivió desde el 15 de octubre de 2018, cuando un par de hombres, miembros de una pandilla, llegaron a su casa en San Pedro Sula, Honduras, para amenazarlo. Hacía tres semanas no pagaba el “impuesto de guerra” y su vida estaba en riesgo.

La deuda era menor a los 300 pesos mexicanos. Se trataba de un monto que deben pagar las personas por el solo hecho de tener un negocio, trabajar o vivir en los barrios en los que se concentran las pandillas.

Tres semanas antes, Allan, repartidor en moto, tuvo un incidente de tránsito y parte del dinero que ganaba a la semana se iba en la reparación del daño. Cuando la amenaza llegó, decidió salir de su lugar de origen. “Tomé mis cosas y salí de casa sin que nadie me viera o me escuchara”. Era el 16 de octubre de 2018.

Ser migrante o refugiado

Para Andrés Ramírez, coordinador general de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) de la Secretaría de Gobernación, es necesario diferenciar entre migrantes y refugiados para entender los flujos.

Un migrante es todo aquel que, de manera voluntaria o forzada, deja el lugar en el que vive y en la mayoría de los casos tiene un carácter económico asociado una mejor calidad de vida. La legislación internacional de 1951 reconoció en condición de refugiados a quienes, por motivos fundados de persecución, abandonaron su país y atravesaron una frontera internacional. Años después, la Declaración de Cartagena amplió la definición a quienes dejaron su país por violencia generalizada, violación sistemática a los derechos humanos o una situación de desorden público.

“Esto ya no implicó una persecución individual, sino que incluyó una situación generalizada de violencia, lo cual también está reconocido en México en la Ley de Refugiados de 2014. Esto quiere decir que nuestro país no recibe migrantes y refugiados ‘de buena onda’ sino porque está obligado por leyes locales e internacionales”, explica el titular de la Comar.

Los riesgos de transitar

De octubre de 2018 a enero de 2019, 11,500 personas —principalmente guatemaltecos y salvadoreños— cruzaron México en las tres caravanas migrantes registradas hasta entonces, según un informe elaborado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

A pesar de la visibilidad mediática, la migración no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de caravanas, pues, incluso, la circulación es mayor fuera de ellas. En 2015, la Secretaría de Gobernación contabilizó que 300,000 centroamericanos atravesaron el país ese año para llegar al norte, mientras que para 2016, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó medio millón anual de migrantes del triángulo norte de Centroamérica —Guatemala, Honduras y El Salvador— que circularon en México sin documentos migratorios.

Allan se sumó a la estadística de viajar solo. En su camino se encontró con la primera caravana que salió cuatro días antes que él; sin embargo, prefirió seguir por su cuenta.

Se juntó con dos mujeres y un hombre, y el 18 de octubre, a la 1:00, pagaron 800 quetzales (1,600 pesos mexicanos), para subirse a la balsa y cruzar el Río Suchiate hacia Tabasco y después otros 300 pesos mexicanos para que otra persona los alejara de la frontera.

“Nuestra idea era encontrar las vías del tren para empezar nuestro camino, pero nos perdimos. Una noche llegamos a un lugar llamado La Concordia, en Chiapas, y ahí fue lo peor”.

Allan fue secuestrado por unas personas que prometieron darle empleo y alojamiento temporal, pero al estar ahí le dijeron que debía pagar por su rescate con los trabajos que le encargaran. “Eres hondureño, debes saber manejar armas”, recuerda haber escuchado. Días después, aprovechó una riña a balazos afuera de donde lo tenían y se echó a correr hasta que amaneció. De las dos mujeres que caminaban con él no supo nada.

La CDMX como alternativa de paso

El problema con los migrantes es que o son invisibles o se les ve como mercancía, dice Gabriela Hernández, defensora de derechos humanos y coordinadora del albergue Casa Tochan.

Casa Tochan y Casa de Acogida Cafemin fueron los primeros lugares que recibieron migrantes en la CDMX, el resto de los espacios se solían encontrar en la periferia de la Zona Metropolitana, cerca de donde corre el tren conocido como La Bestia.

Gabriela explica que hace más de diez años la migración no consideraba a la ciudad como una zona “de paso”, fueron las malas políticas las que hicieron que las dinámicas cambiaran. “Con Felipe Calderón y la guerra contra el narco, los migrantes resultaron afectados porque los hacían pasar por criminales o los secuestraban para trabajos forzados. Después, Enrique Peña y el Plan Frontera Sur prohibieron circular en el tren, se soltaron los operativos y el abuso policiaco. Todo eso cambió la migración”.

Entonces, la capital se convirtió en una alternativa de cruce, en donde podían descansar, trabajar unas semanas y seguir su camino. Incluso, para un pequeño porcentaje, la CDMX significó la posibilidad de empezar de nuevo.

“Ya me dieron mi visa por razones humanitarias por un año y estoy esperando obtener el refugio. Tengo mi CURP, seguro social y metí papeles en una empresa para trabajar. Siento que van a venir buenos momentos. La ciudad me gusta porque aquí puedo andar en todos lados y nadie te molesta. Ya no tengo miedo. De nuevo soy libre de moverme”, dice Allan.

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