“Al maestro, con cariño (a pesar de todo)”, por @warkentin

Es Día del Maestro.

Imagino que habrá marchas por la ciudad (no se necesita ser visionaria, así se materializan las tradiciones). Algunos (o muchos) estudiantes no tendrán clases (al maestro se le celebra fuera del aula). Se recitarán poemas, se cantarán canciones, un alumno le regalará una manzana a alguna profe (díganme que esta bonita costumbre no ha muerto). Habrá discursos, ciudades con tránsito desquiciado, recordatorios cíclicos de los problemas enquistados en nuestro sistema educativo. Y en ese vaivén de nuestras identidades, iremos meciendo el día.

Hoy me sustraigo de esa dinámica. Porque amanecí con alma agradecida (a veces sucede). Aprovecho, pues, para recordar lo mucho que me han dado los maestros que he tenido. Desde la primaria: la que me enseñó a nadar y con ello desterró la narrativa del temor al agua profunda; la que me retaba para que diera ese poquito más, ese fuuuá estudiantil; el que se reía cuando yo contaba alguna historia. Una monja en escuela pública (eso sucedió en los bávaros terrenos del Sur alemán), a quien le parecí bicho exótico (viniendo de México) y me puso a cantar La Cucaracha frente a toooooda la escuela. En la secundaria: el profesor de matemáticas, que me enamoró para siempre del enredo de los números y sus infinitas posibilidades; el de literatura, que nos llevaba a soñar entre territorios inconclusos; la de lengua, que hacía de los retruécanos una espiral de fascinantes sinsentidos. Tuve luego un gran, gran profesor de filosofía. Y más adelante de periodismo, de cine y un estupendo ser humano que nos llevó a la estética con indestructible vocación ética.

Gracias a cada uno de ellos: por el tiempo, por escuchar, por hacerme sentir importante, por elevar la barra, por no abrazar complacencias.

Claro que tuve también profesores malos, malísimos, infames. Por algo la química, la física, la historia y la biología… nomás no entraron en mi sistema. Repelús a perpetuidad. A ellos no les agradezco nada (ni modo).

Y sí, he sido maestra. Ya por varias décadas. Y me imagino que habrá quienes me tienen entre sus profesores que les aportaron, mientras para otros estaré en el círculo más remoto del olvido. No pasa nada. Así es la docencia (y la vida): eterna seducción, construcción de conocimiento, humildad, sentido del humor, gozo y mucha paciencia.

Cada 15 de mayo me tomo unos momentos para agradecer a esos hombres y a esas mujeres que me han acompañado en el proceso de convertirme en lo que soy. Por eso, y a pesar de todo: ¡gracias!

La buena educación debería ser la regla, nunca la excepción.

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(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)