‘Amalia Avendaño y el país metáfora’, por @wilberttorre

Hay metáforas bellas y elocuentes. Hay otras que son brutales: el Zócalo convertido en estacionamiento es la metáfora de un país estancado y de un gobierno que solo mueve la economía, los salarios y la seguridad, en los anuncios de la radio. La Plaza de la Constitución repleta de autos, propiedad de políticos y empresarios, es la metáfora de un país sin equilibrios, donde dos perredistas flanquean al presidente con miradas bajas y un coro múltiple lo abraza con sumisión absoluta.

La izquierda y la derecha son una caricatura ridícula de la oposición honesta y combativa de otros tiempos, cuando el PAN movía almas en la resistencia civil y el PRD perdía cientos de militantes en la era del salinismo.

¿Quiénes representan los equilibrios del poder en este México avasallado por la restauración del autoritarismo?

¿Gustavo Madero? ¿Jesús Zambrano? ¿Carlos Slim? ¿López Obrador? ¿Josefina Vázquez Mota? ¿Ernesto Cordero?

La luz que ilumina en la obscuridad y el contrapeso que equilibra en rachas de autoritarismo han llegado con frecuencia de personajes ajenos a la política, porque la política no funciona. Pese a la alternancia, los gobiernos de distintos partidos han sido una suma de fracasos. Los políticos están en el poder por su propio beneficio. Dicen respetar la patria, pero no hacen nada por revolucionarla.

Por eso son ejemplares vidas como la de Amalia Avendaño Villafuerte, fallecida en días pasados, parte de una familia de guerreros honestos e inquebrantables, los Avendaño. Hija de don Amado y Conchita, fundadores del diario Tiempo de San Cristóbal de las Casas, un periódico modesto que reveló las injusticias que motivaron el levantamiento armado del EZLN.

Amalia era una mujer encantadora que tenía la magia de lograr que la gente se pusiera de acuerdo para que las cosas funcionaran. Con Elio Henríquez, su compañero, compartía la idea de que un periodista no debe ser protagonista y siempre separó su trabajo de la lucha por las causas en las que creía.

Organizaba colectas para ayudar a niños pobres y enfermos de Chiapas, y parte de ese dinero provenía de los políticos y de la política, de la que siempre fue vigilante.

“Heredó de mis padres la costumbre de ayudar a la gente”, recuerda Amado, su hermano. “Era mucho más callada y discreta que mis papás al hacer algo por alguien. Como si le estorbara que se supiera lo que hacía”.

Ausencias como la de Amalia Avendaño son un cráter en un país en donde el nuevo PRI es el retorno del autoritarismo y el PAN y el PRD, barcos a la deriva sin principios ni eficacia.

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(Wilbert Torre / @WilbertTorre)