Cambio de narrativa

Había una vez un edificio en régimen de condominio que estaba estrenando casero. El edificio estaba en muy malas condiciones: necesitaba urgentemente de un refuerzo en los cimientos pues podría venirse abajo durante un temblor como el que nos sucedió hoy, hace 28 años en la ciudad.

Los primeros meses del año, transcurrieron sin mayores problemas: vecinos, portero, administrador y casero, convivieron en santa paz. Pero pasado un tiempo y sin mayores preámbulos, el nuevo casero envió una circular donde avisó a los vecinos que había decidido cambiar el reglamento de condóminos, pues el anterior había permitido el desgaste del bien inmueble y ahora, su valor era mucho menos competitivo en el mercado. Era verdad: el edificio que se ubicaba, digamos, en avenida Insurgentes, alguna vez había sido punta de lanza; de lo más novedoso e imitado en Latinoamérica, pero ahora estaba mucho muy jodido.

“Es una imposición”, gritó la vecina del 5-E. “Ni siquiera nos conoce ni conoce la problemática de aquí”, dijo el administrador. “Vaya, pero no es tan malo, nos conviene a todos tener un mejor edificio”, respondió alguno. “Tú qué sabes si eres nuevo”, le recriminó el administrador. “La actitud es repudiable”, agregó molesto. No podía creer que el casero ni siquiera le había llamado antes de enviar la circular para platicarle de su plan de cambios.

En respuesta, convocó el administrador a una asamblea de vecinos donde muy pronto se llenó el ambiente de acusaciones y se vació de análisis: “Usted lo que ha de querer, es no perder su poder aquí”, le reprochó al administrador una señora de edad. “Es coerción, me quieren dejar sin trabajo”, se defendió aquel. “Es lo más conveniente para todos”, arguyó la del penthouse. “No es conveniente, ¡es una gabela!”, reclamó otro inquilino. “Es un reformismo putrefacto”, le secundaron algunos. Los argumentos y los ánimos se caldearon sumamente rápido. El administrador y unos vecinos decidieron ir a protestar al hogar del casero. De encontrárselo, le habrían aventado piedras o lo hubieran golpeado.

El día esperado llegó: se reunirían todas las partes. Antes de entrar al edificio y al salón de usos múltiples donde se haría la reunión, el casero decidió ir a tomarse un refresco a la tienda de la esquina. “Hace usted muy bien”, le dijo la tendera. “Los cambios son necesarios, esos no son buenos inquilinos y el administrador es un flojo”. Asimismo, le contó la marchanta que su familia había visto el edificio deteriorarse por generaciones porque nadie había tenido los pantalones de meter orden y echar a los que no pagaran ni se apegaran a reglamento.

La reunión fue un fracaso. No se dará ni un paso atrás, advirtió el casero. Una mujer se desmayó. “¡Maldito represor!”, le acusaron. El administrador le reclamó que en el nuevo reglamento le quitaba facultades y le prohibía recibir ningún dinero por fuera; ni propinas. “Con lo que usted me paga, no basta”, agregó. El casero amenazó: si no aceptan, no habrá servicios. “Pues nosotros bloquearemos el acceso al edificio, así los locales que están abajo y que le pagan renta, no venderán nada”.

¿Cree usted, estimado lector, que se llegará a algún tipo de acuerdo en ese edificio? Se ve difícil. Ahora traduzcamos: el casero es el gobierno, el administrador es la CNTE, los vecinos personifican a la sociedad, la tendera representa a los medios de comunicación y el edificio, equivale al sistema educativo del país.

Estimado lector, lectora, ¿cómo resolvería usted el conflicto? Porque si este edificio se cae, todos seremos afectados (menos los buitres políticos que quisieran poder rematar el terreno, claro está). ¿Cómo le haría usted para eliminar la estridencia de la discusión para lograr cambiar la narrativa de esta historia?

(J. S. ZOLLIKER)