Castillo de naipes, por @antonioortugno

Veo a todo mundo muy contentito con House of Cards. Hablo, cuando menos, de mi círculo social y del extendido a través de las redes sociales. Como fui inmune a anteriores oleadas de fanatismo televisivo (todavía recuerdo las que ocurrieron con el culebrón ocultista aquel de Lost) y como no tengo ganas de que algún iluminado me evangelice, prefiero reservarme mi opinión sobre la serie. Solamente diré que ya no la sigo. De cualquier modo, me parece notable la expectación que provoca entre nosotros.

Vaya: me parece muy lógico que una historia, como la de House of Cards, que esencialmente aborda conjuras y golpeteos políticos fascine a esa clase de personas que piensan que las barbaridades que suceden en la política tienen, de hecho, alguna clase de sentido oculto y genial, a las que les gusta sentirse “bien informadas” y ser capaces de deducir cosas como: “Zutano defendió al presidente más que el Papa la virginidad de María; por lo tanto, era obvio que iban a darle una diputación”.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR: El cuerno de la austeridad

No obstante, y aunque la política mexicana es seguramente igual o más truculenta que la versión de la política estadounidense que el serial registra, resulta francamente difícil encontrarle ese particular sentido estratégico, maquiavélico, de perversa inteligencia que los guionistas se afanan en insuflarles a los personajes de don Kevin Spacey y los suyos. Sin ir más lejos, reto a que alguien exponga la razón política profunda de que un troglodita como el tal Layín, alcalde nayarita, decida organizarse un cumpleaños con ostentaciones dignas de un narco y, en medio de él, se ponga a bailar con una muchacha y le levante el vestido en repetidas ocasiones ante las cámaras para que le queden los calzones al aire. ¿Y qué me dicen de la pareja presidencial, que a imagen y semejanza de la familia Burrón se llevó a su tour británico hasta al perico? Caray: aunque una de las principales ocupaciones en la vida de la reina de Inglaterra sea saludar gente, no es improbable que se haya hartado de tanto estrecharles las manos a los hijos, hijastros, hermanos, secretarios y subsecretarios convidados a la recepción oficial.

Cuando, hace unos días, alguien tuiteó que la candidatura de la actriz Carmen Salinas como diputada plurinominal el PRI era “un golpe digno de Frank Underwood”, me pareció que el entusiasmo lo había cegado. ¿O hemos de pensar que las diputaciones y senadurías previas de Silvia Pinal, Julio Alemán (y creo que hasta alguno de los hermanos Almada) fueron otros tantos “golpes” magistrales? ¿Las masas saldrán a votar todo lo que huela a PRI porque la señora que anuncia galletas en la tele tenga la posición novena en la primera circunscripción (o como sea)?

No: lo que House of Cards vende es la política entendida como una cruza de ajedrez con El arte de la guerra y ribetes de psicología delicadísima. Y para qué nos hacemos: lo que nosotros tenemos son una serie de sangrientas y carniceras cascaritas, y jugadores como el Layín, tan refinados como puede serlo un ñu.

 

(Antonio Ortuño)