“Como huir de la navidad sin morir en el intento”, por G. Nettel

Dentro de muy poco, se cernirán sobre nosotros las ominosas luces de navidad y todo lo que esa época implica: un tráfico imposible, gente comiendo como desaforada en los centros comerciales y en los supermercados, invitaciones a posadas plomizas, tertulias oficinescas a las que tenemos la obligación de asistir, los intercambios de regalos y los infalibles villancicos.

Las personas más inteligentes o afortunadas ya tienen un plan de huida más o menos eficaz. Están desde los que parten a una isla desierta en medio del Caribe con provisiones para dos semanas, o a un pueblo en medio de la nada, y están los que ingenuamente pretenden encontrar algún remanso en un complejo hotelero o playa de virginidad perdida hace ya mucho tiempo, como Puerto Vallarta o Cancún, Estos últimos, por supuesto, tendrán que convivir a centímetros de distancia con hordas de turistas americanos o europeos pero a ellos nada les perturba, ni siquiera el riesgo de ver alguna cabeza rodando por ahí –sucede hasta en los mejores lugares como el Ganges, el río más sagrado del mundo, así qué más puede importar. La mayoría de nosotros, sin embargo, no tenemos escapatoria. El cariño o la culpa que nos une a nuestro hijos o padres es mayor que nuestro sentido común y nos obliga a quedarnos, a soportar el suplicio.

Reconozco tener mis fantasías respecto de esta época y decidí enumerarlas aquí para quienes puedan aprovechar estas apetecibles opciones. Así pues, mis sueños van desde asistir a un retiro trapense o budista en el cual sea obligatorio un voto de silencio, comprar un paquete de quince sesiones seguidas de flotarium (una cápsula oscura donde uno permanece sobre el agua varias horas seguidas),  hasta pasar un mes atrincherada en mi departamento con libros, películas y latas de conserva. Pero la opción más tentadora la encontré en el otro extremo del mundo: un lugar paradisíaco llamado la Clínica japonesa del sueño. La terapia consiste en internarse en un pequeño hospital donde lo inducen, sin dolor, a un estado de coma que puede prolongarse hasta catorce días, tiempo más que suficiente para pasar en la inopia desde el 21 de diciembre hasta la mañana de los reyes magos. La alimentación y la hidratación se realizan a través de un catéter mientras unas delicadas geishas (y supongo que geishos) se encargan de retirarnos del cuerpo las secreciones que se produzcan para mantenernos limpios y dignos, en un ambiente con olor a té verde y tallos incipientes de bambú. El asunto tiene otras ventajas nada desdeñables: la piel se regenera, los órganos se rejuvenecen… uno no sólo se ahorra los diez kilitos reglamentarios provocados por la ingestión de pavos, bacalao, turrones y copas interminables de vino, sino que sale de la cura mucho más delgado de lo que ingresó. ¿El costo? Dudo que sea muy barato pero ¿qué mejor uso podríamos darle a nuestro aguinaldo? Considere que se ahorrará varios miles de pesos en regalos y celebraciones, junto con una de las épocas más improductivas del año.

(GUADALUPE NETTEL)