“Con la música a otra parte”, por @AntonioOrtugno

Sísifo, según los mitos griegos y según don Albert Camus, estaba condenado a empujar una roca hasta la cima de un cerro por toda la eternidad porque, apenas llegado arriba, caía con todo y el encarguito y debía empezar otra vez. Así uno con sus discos. Empecé, como todos, con acetatos y llegué a tener unos cincuenta. Luego vinieron los CD y los acetatos pasaron a ser vejestorios, sin importar que su sonido fuera infinitamente más rico y profundo, con todo y crujidos. Como su auge coincidió con mi entrada en la vida productiva plena, es decir, mi necesidad de trabajar para no morir de hambre, alcancé a juntar algo así como doscientos. Pero también ese imperio cayó y ahora invertir un CD es tan obsoleto como ser uno de esos que ponen letreros en los postes ofreciendo comprar las viejas acciones de Telmex, supongo que con la esperanza de quitarle un día el puesto en el consejo directivo a Slim.

 Pasé, abandonado a las olas de la civilización digital, a reunir un repertorio de mp3 que habría provocado el asombro y la envidia de cualquier coleccionista del pasado. Tengo diecisiete mil canciones. Si pensamos en tentativos discos de diez piezas cada una, poseo unos mil setecientos. Según mi ITunes, eso significa que podría pasar los próximos cincuenta días escuchando archivos sin que se repitieran ni una sola vez. Al final de lo cual, desde luego, saldría a las calles a correr entre aullidos o caería muerto. O quizá eso sucedería mucho antes, si es que se reproduce el horroroso disco gratuito de U2 que se bajó solo y si permiso y que no he encontrado el modo de eliminar ni recurriendo a los antivirus más agresivos de la red.

Los mp3 parecen el final del camino hasta ahora, el final de la historia fukuyamiano, pero es una mera ilusión. Porque reunir archivos digitales es pasarse la vida expuesto a los daños de un apagón, a las veleidades de un disco duro externo o la mala capacidad para envejecer de nuestra computadora. El lugar común dice que nada es para siempre y la tecnología nos comprueba que incluso eso es mucho: nada en el mundo da para más de dos años.

Algún entusiasta dirá que es el momento de instalarme en la “nube”. Y sí, ya voy incursionando en ella, pero seamos sinceros: si la dichosa “nube” no fue capaz de mantener seguras las sesiones de fotografía que Jennifer Lawrence le dedicó a su trasero o la portera de la selección de Estados Unidos a su entrepierna e intestinos, cómo estar seguro de que mis pobres discos de postpunk y hardcore seguirán allí el día de mañana y que en su lugar no me amanecerán las obras completas de Fausto Papetti. O un nuevo disco de U2, ya que Bono parece capaz de pasarnos sus virus con una facilidad epidémica que ya quisiera el ébola para un domingo.

Un amigo me sugirió hace poco regresar a los acetatos, ahora que han vuelto a ponerse de moda. ¿Terminará el camino donde comenzó, hace treinta años? La historia es circular, decía Nietzsche, pero Nietzsche era un sifilítico orate y nunca le preocupó la salud de los discos de Pantera.

(Antonio Ortuño)