Contracultura pop | Los millennials y el Rey

Opinión

Un día como este (escribo el miércoles 16 de agosto esto que debe estar en sus manos el jueves 17), pero hace 40 años murió Elvis

Su humanidad de casi 160 kilos yacía en uno de los baños de su mansión, Graceland. Según el reporte de los paramédicos que llegaron al lugar de los hechos —el número 3754 del Elvis Presley Boulevard— el cuerpo de la persona que acudieron a auxiliar ya estaba “frío, azulado y sin signos vitales”. Se encontraba boca abajo, frente al escusado, donde se presume, a partir de la posición en la que fue hallado, estaba sentado. Sí, el Rey murió en el trono.

La autopsia hizo saber que el deceso fue provocado por un infarto. El tamaño de su corazón duplicaba el de uno normal. El examen toxicológico reveló que en su torrente sanguíneo había una festín de sustancias controladas. Se encontraron diez diferentes, siendo codeína la protagónica. No se hace mención ni de alcohol ni de drogas ilícitas. Quizá los emparedados de mantequilla de maní, plátano y tocino que se despachaba con bastante frecuencia fueron más que suficientes para destrozar su sistema cardiovascular.

Elvis murió, pero su música sigue siendo relevante, influyente, disfrutable y hasta sorprendente. Y además, con esa síntesis espontánea, silvestre y, en ese entonces inexistente, de música campirana blanca y blues negro, que se traduce en música cruda, directa y sin adornos, cambió el mundo.

Muchas de sus mejores canciones resisten estoicamente el paso de los años. En particular las primeras que grabó, producidas por el gran Sam Phillips para su legendario sello Sun Records. Este un buen momento para escuchar en cualquier plataforma de streaming (o buscar en la tienda de discos, si son aferrados) una colección que recién apareció llamada A Boy From Tupelo, que incluye todo lo que Presley grabó entre 1953 y 1955. Son 85 piezas, algunas plenamente conocidas y el resto versiones cortas, tomas alternas, fragmentos de actuaciones en vivo y sesiones radiofónicas con entrevistas promocionales incluidas. Estas últimas, en particular, son muy reveladoras: los locutores que las están presentando aún no saben cómo llamarle a esta música nueva que prácticamente se está gestando frente a ellos. Esta colección es, por lo tanto y primero que nada, una oportunidad de escuchar cómo se estaba inventando el rock. Pero también es un bellísimo testimonio de un artista fuera de serie dándole cauce a su talento en bruto, descubriendo de lo que es capaz. Les ayudará a borrar el malviaje que puede ser el Elvis de los 70: esclavo de Las Vegas, con su traje de joyas, de fantasía, hinchado, fuera de forma, tirando karatazos al aire. Ese Elvis solo se puede disfrutar si se es afecto a lo irónico o a lo kitsch.

Una nota publicada ayer por el periódico El País y firmada por uno de los mejores periodistas musicales de España, Diego Manrique, afirma que a los millennials ya no les interesa mucho Elvis. Habla de cómo se ha reducido la peregrinación anual a Memphis que hacen sus entusiastas durante el Elvis Week. También menciona cómo el espectáculo del Cirque du Soleil que emplea como materia prima sus canciones fue mucho menos popular que el que hizo lo mismo con obras de Michael Jackson y The Beatles. Los imitadores del Rey se quejan de que su demanda va a la baja: cada día los contratan menos. Aún es negocio. Su nombre genera toneladas de dólares. Hasta el año pasado, vendía un promedio de millón de discos al año, que dados los tiempos que vivimos es una cifra que inspira respeto. Sin embargo, ya le cuesta trabajo ganar nuevos entusiastas. Si los más jóvenes tan solo entendieran su grandeza como artista. Su fundamental rol social, cultural y musical. Su carácter revolucionario. Quizá así volvería a ser tan querido como siempre.