“Cronistas padres”, por @jorgepedro

De niño quería ser padre. Y aunque en la casa nunca íbamos a misa ni rezábamos en la mesa y lo más recordable de mi primera comunión fue el cuaderno de 200 hojas que pedí como regalo, mis papás se emocionaron ante una muestra temprana y poco común de vocación religiosa. Hasta que un día quisieron saber más. Mi explicación les causó gracia: “Quiero ser padre para ir a la oficina, tener hijos y que su madre los lleve a la escuela”.

Años más tarde opté por otra religión y mi paternidad se orientó a los gatos. Y así como Pita Amor escribió que ella era su casa, yo soy mi propia oficina. Pero llevo una vida padre. Dedicada a quién sabe qué. Cada vez que me preguntan cuesta trabajo contestar. “Entre otras cosas, tengo una columna en un periódico”, es una respuesta. Pero la gente quiere saber más, en los aviones, en las filas, en la sinagoga. (A veces también respondo que soy un rico heredero, pero luego luego se ríen.)

– Sobre todo escribo de la ciudad, por ejemplo sobre la historia de alguna colonia.

– Ah, entonces eres un cronista de la ciudad.

No sé por qué me da pena. Será que mi Guillermo Tovar de Teresa de la guarda me recuerda que hay que dedicarse a hacer crónica y no a ser cronista. Además quisiera aclarar al interlocutor en turno que me interesan otros asuntos aparte de la capital mexicana, como viajar, comprar en Ikea o leer sobre masonería yorkina. Pero contesto con un “ya quisiera” y una sonrisa agradecida. No deseo resultar antipático. Y entonces me gusta hacer recomendaciones: “Cronistas buenos Luis González Obregón o Fernando Benítez, consíguete México viejo y Los primeros mexicanos“.

¿Qué ideas tenemos los capitalinos acerca de los cronistas de la ciudad? Puedo hablar de las mías, casi siempre arcaicas y extrañamente capilares: canas, boinas, peluquines. Y apellidazos como Tovar de Teresa o Novo o Ibargüengoitia o de Valle Arizpe (sin guión). Igualmente pienso en los libros sobre tugurios de Armando Jiménez y en la maravillosa Guía del pleno disfrute de Jorge Legorreta ¡y en Marroquí! Puras antiguallas. Puro Donceles. O puede que el anticuado sea yo: actualmente existen muchos cronistas de la ciudad, quizá más que durante el siglo XX. Como internacionalistas en Twitter o poetas en agencias de publicidad. Y cada uno aporta un punto de vista valioso.

Ahí está Juan Villoro, que no es un cronista de la ciudad como tal, pero sí un autor que ha producido lo mismo teatro que periodismo deportivo que entretenidos relatos situados en esta ciudad. También me gustan Ángeles González Gamio y Héctor de Mauleón, que dejan ver conocimiento y gentileza en sus libros, crónicas en el periódico y programas de televisión. Y un montón de taxistas. Y los amigos de foursquare que se preocupan por hacer listas. Y los amigos de “La Ciudad de México en el tiempo” en Facebook. Y los luchones de cronistasdf.org.mx que hilvanan pasado y presente para lograr futuro y a veces pospretérito.

Y la mercadóloga que hace poco me dejó ver un estudio sobre los hábitos de consumo de los jóvenes en los bares y antros de la Ciudad de México (gracias a ella aprendí a distinguir entre hipsters, bourgeois bohemians y trendies). Y Cristina Pacheco los fines de semana. Y mis gatos, que con sólo verlos dormir puedo saber si afuera está lloviendo, si hace sol o si en la calle hay mucha gente. Casi siempre hay mucha gente –todos cronistas padres a quienes me gustaría leer.

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(JORGE PEDRO URIBE LLAMAS)