“Culto por el dinero” por @drabasa

Llama la atención que con tramas y tonos distintos, tres de las películas más taquilleras de la temporada Blue Jasmine (Jazmín Azul) de Wood Allen, The Woolf of Wall Street (El lobo de Wall Street) de Martin Scorsese y American Hustle (Escándalo Americano) de David Russell, giran en torno a lo mismo: el culto desmedido por el dinero como fuente de descomposición social. Es tan tajante y tan dramática la diferencia de cómo se puede vivir con dinero y sin él que la acumulación voraz –por los medios que sea– se ha convertido en el motor de vida de millones de seres humanos en el mundo.

Las películas han despertado tanto interés y polémica porque son el reflejo de un modo de vida que no sólo atañe a las élites que retratan sino que representan el estereotipo del individuo contemporáneo: un ente ególatra para el que sólo la retribución inmediata, la consecución de una mejor “calidad de vida” importan.

La actitud sociópata ante el dinero que muestran dichas películas ha sido motivo de encendidos debates. Como por ejemplo el que se despertó a raíz de la carta que envió el 26 de diciembre del año pasado al semanario cultural LA Weekley Christina McDowell, la hija de un antiguo socio de Jordan Belford: el auténtico lobo de Wall Street. En la carta McDowell acusa a Scorsese y a DiCaprio de tratar con excesiva frivolidad un tema muy delicado. En concreto la misiva señala que la cinta enaltece el modelo de vida de los delincuentes de cuello blanco “exacerbando nuestra obsesión nacional con la riqueza y el estatus y glorificando la avaricia y el comportamiento psicopático”. Entiendo que la postura de la mujer que suscribió dicha misiva es diferente a aquella del espectador común. Su padre le dejó cientos de miles de dólares en deuda. Arruinó no sólo su vida sino la de su madre y sus dos hermanas. Las dejó en la miseria absoluta sin la menor previsión y sin asumir la menor responsabilidad al respecto. Pero me parece que el sentido de la película – no sólo de ésta sino de las tres películas mencionadas anteriormente– es exactamente el opuesto: exhibir el, efectivamente patológico, culto por el dinero que motiva a buena parte de los habitantes del mundo occidental. Para mí gusto, la escena clave de la película de Scorsese es aquella en la que tras la aparición del artículo que le habría de conferir su apodo, en el que aparecía como un perverso Robin Hood que le robaba a los otros para enriquecerse él mismo, en el que era retratado como una ladrón sin escrúpulos, Jordan Belford no sólo no se convierte en un villano público sino que se transforma en una figura de culto a la que miles de jóvenes quieren imitar.

Lo siniestro de dichas películas no es que glorifiquen el estilo de vida de estos hombres y mujeres adictos al dinero, sino que representa de manera muy fiel y precisa el ethos que gobierna buena parte del mundo en el que vivimos. El problema no es el monstruoso aspecto de lo que aparece en pantalla, sino que esa deformidad resulta ser un doloroso espejo que retrata la esencia de nuestro tiempo.

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 (DIEGO RABASA)