“Dando y dando: nuevos impuestos y menos gasto”

Debe ser un placer disponer de recursos públicos desde un alto cargo en el gobierno.

 Imagina: ¿quieres hacer un viaje? Avión gratis. ¿Necesitas un dato cualquiera? Llama a uno de tus asesores. ¿No recuerdas qué cita tienes? Tranquilo, para eso está tu secretario particular o la secretaria privada.

No necesitas preocuparte por dónde te vas a estacionar. No tienes que pensar quién limpia la oficina o cuánto gastas en botellitas de agua.

No contestas directamente el teléfono, salvo que sea el rojo que tienes al fondo de tu oficina. No necesitas ir al ISSSTE, porque tienes seguro de gastos médicos. Si viajas a otro país, no haces cola en migración. Y si te corren por inepto, te dan seguro de retiro.

Ah, y no tienes tampoco que ser eficiente, como lo demuestran los grandes pendientes que hay. Es decir, todos estos privilegios no son –sean serios- para que te concentres en la solución de los grandes problemas nacionales.

En todo esto pensé cuando leí la propuesta de reforma fiscal que presentó el gobierno. Unos la llaman tibia, otros critican que se sostiene en la clase media y unos más debaten sobre cómo hacer para que pague más gente. Yo pensé: ¿más botellitas de agua? Porque los senadores gastan –perdonen el detalle- 1.2 millones de pesos al año en esto.

Es decir, del gobierno no escuché prácticamente nada sobre recortes al gasto público, ni sobre transparencia. ¿Escucharon algo sobre “eficientar” (fea palabra) el gasto público o elevar la productividad?

Es obvio que el gobierno tiene mucho en qué gastar: programas de seguridad, combate a la pobreza, salud y quién sabe en cuántas cosas más.

Sin embargo, la cantidad de recursos que se gasta en frivolidades, asusta. Como escribió Juan Pardinas: “las autoridades mexicanas no tienen vocación por la austeridad. ¿Para qué escatimar los pesos cuando usas el dinero ajeno?”

Por eso, es válida la pregunta: ¿Qué garantías nos van a dar que los recursos recaudados serán bien gastados? ¿Una promesa? ¿Tienes la certeza de que esos nuevos impuestos se van a usar en hacer una sociedad más igualitaria?

El debate no sólo puede estar centrado en cuánto pagamos de impuestos, sino en qué se gastan. Y ahí debemos partir de la base de que lo gastan mal.

¿Botones de muestra? Podríamos citar cientos.

Por ejemplo: Cada vez que el presidente Enrique Peña Nieto les pide a los gobernadores que lo acompañen en un acto público, éstos usan los aviones del gobierno para trasladarse y salir en la foto. Es una foto carísima.

¿Qué decir de gastos increíbles como los casi cuatro mil millones de pesos en el nuevo edificio del Senado? Sólo los tres principales grupos parlamentarios del Senado tienen 629 millones de pesos al año de presupuesto.

Y van más: 39 mil millones en publicidad (como ya comentábamos la semana pasada), mil 300 millones en la Estela de Luz o tres mil 500 millones para partidos políticos en año no-electoral.

O pequeños gastos como 56.8 millones de pesos en el Museo de la Policía Federal o 7.5 millones de pesos para remodelar las oficinas de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.

Recuerden que, en tres años, se transfirieron más de dos mil millones de pesos al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y cada año se gastan mil 700 millones de pesos para pagarle a los 22 mil comisionados de ese mismo sindicato. Súmenle el resto.

Lo ideal sería escuchar que, junto con los nuevos impuestos, habrá un serio recorte al gasto en este tipo de absurdos. Si no, cualquier reforma fiscal sólo suena a más dinero, pero no para alcanzar –habrá que repetirlo- esa sociedad más igualitaria a la que todos aspiramos.

(DANIEL MORENO CHÁVEZ)