Docudramáticos estamos

Hay detalles curiosos que rodean la producción de La noche de Iguala, película que se estrenó el viernes y que asegura recrear los hechos del 26 de septiembre de 2014, cuando decenas de estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, Guerrero, fueron secuestrados a punta de rifle mientras se dirigían a la ciudad de Iguala. Sí: los famosos 43 que se han convertido en némesis del gobierno mexicano a escala mundial.

Una de esas curiosidades es que la cinta sea presentada como “un documental de Jorge Fernández Menéndez”, periodista que escribió el guión basado en sus “investigaciones” pero no es el director. Ese crédito corresponde a Raúl Quintanilla (aunque la IMDB no lo confirma, es de suponerse que el mismo que dirigió Mar de fondo y algunos episodios de telenovelas como Mirada de mujer: el regreso). Otra es la palabra “documental”, que generalmente no se relaciona con la dramatización de hechos que ocupa casi la mitad de la cinta. Por eso, en las entrevistas que concedió, Fernández echó mano del término “docudrama” para definir La noche de Iguala.

Una petición de change.org (esa versión moderna de las mandas a la virgencita) ha reunido algo así como mil 500 firmas (escribo esto el viernes, serán más cuando usted lea) pidiendo que se cancele la exhibición de la película, a la que se acusa de apuntalar la tesis oficial sobre el crimen: la que el exprocurador Murillo Karam llamó “verdad histórica”. Si consideramos que la manda para que le quitaran la curul a Carmen Salinas lleva 188 mil, el que se dirige contra la cinta parece un ataque modesto. Fernández Menéndez ya ha denunciado a “sectores de izquierda fascistoides” como culpables de la iniciativa de vetar su obra.

Por supuesto que prohibir una película es censura y una pésima idea. Eso queda claro, aunque no parece que vaya a ser el caso. Lo que da qué pensar es otro asunto. ¿Quién financió la apresurada realización de este “docudrama”? No es fácil levantar una producción en cosa de meses: hacer cine, vaya, es costoso, involucra grandes equipos humanos que hay que seleccionar y poner en marcha y requiere de procesos técnicos que es difícil acelerar (edición, sonorización, etcétera). A menos que me equivoque, Jorge Fernández no tiene una dilatada carrera en el séptimo arte que justifique la euforia de los inversionistas. Y a menos que me equivoque también, los productores con capacidad económica como para levantar una película a tanta velocidad no abundan en México, ni suelen meterse en terrenos pantanosos…

Hace años se estrenó Durazo: la verdadera historia, una cinta que, protagonizada por Rafael Banquells, presentaba al Negro como un héroe de acción que hacía retroceder al narcotráfico…  Pocos la recuerdan, aunque estaba basada también en “investigaciones” y tenía mucho de “docudrama”. Me temo que algo así le tendrá reservado la posteridad a La noche de Iguala.