El consenso del cinismo, por @antonioortugno

Escritor mexicano nacido en Guadalajara. Autor de las novelas El buscador de cabezas, Recursos humanos, Ánima y La fila india.

Cada cierto tiempo, nos encontramos en la prensa y las redes con diatribas en contra de la llamada ‘corrección política’. Aunque la expresión es vaga y flexible (la izquierda la usa para vapulear el léxico de la derecha y la derecha para maltratar el de la izquierda, sin ir más lejos) se le suele esgrimir con un dejo de ironía. Porque ‘corrección política’ se refiere a esas palabras y posturas deliberadamente adoptadas para quedar bien. Ser tachado de ‘políticamente correcto, pues, significa ser acusado de hipócrita, arribista y ‘lucidito’. Y eso es algo que va más allá del terreno de las ideas y toca de lleno el de los prejuicios.

Hay gente para quien resulta imposible concebir que alguien, por ejemplo, se resista a comer carne. “Vegetariano de ocasión”, farfullan, como si el sujeto en cuestión hubiera tomado ese tipo de decisiones sólo para mostrar superioridad moral sobre el devorador de chuletas. Otros habituales blancos del terminajo son los ciclistas urbanos, los que separan la basura o, muy sintomáticamente, quienes se quejan en redes sociales por asuntos como la violencia o la corrupción. “Tú de qué chillas si eres becado del Conacyt [o Conaculta]”. “Ay, sí, ora resulta que te sientes autoridad porque metes cartón en una bolsa diferente a la del mango chupado”. “¿Rescatas perros? ¿Y por qué mejor no rescatas humanos?”. Este es el tipo habitual de reparos que se les arroja a quienes desafían un cierto consenso cínico imperante en casi todos los terrenos, así sea mediante acciones o gestos minúsculos.

Por supuesto que no se va a terminar con los crímenes o los cochupos al tuitear una o 100 frases, pero no queda clara la inteligencia superior de quien no es capaz siquiera de aventurar una crítica en redes y que, desde luego, tampoco se comporta como un Spiderman justiciero en privado; incluso me atrevo a decir que no es inusual que detrás de esas bofetadas dialécticas yazcan simpatías vergonzantes por causas que no se atreven a decir su nombre pero persisten, como sapos amenazadores, en nuestro estanque: racismo, clasismo, misoginia, simple y mero desprecio por todo y todos.

Como puede observarse, hay una ‘incorrección política’ enfrentada con la presunta ‘corrección’. Es, desde luego, una postura reaccionaria, que se escuda en un supuesto sentido común para reafirmar la inevitabilidad del consenso, incluso si ese consenso resulta innegablemente nefasto (nadie puede sostener, con un minino de raciocinio, que la violencia mexicana sea conveniente  pero nunca falta quien se burle de las quejas que levanta). Eso sí: la ‘incorrección política’ contiene una gota de razón. Es verdad que no todos los que levantan la voz son intachables; es cierto que menudean quienes le gruñen a la autoridad (o a la humanidad, si es necesario) para ver si medran y alguien los toma en serio. Pero no hay que confundir la causa con el heraldo. Ni el extermino ni la contaminación ni el esclavismo, por dar tres ejemplos, resultan deseables e inevitables sólo porque algunos de sus opositores puedan ser unos tarados o unos hipócritas.

 

 

(Antonio Ortuño)