El episodio López Dóriga en 30 años

Imagino a un historiador de la prensa que en 30 años trate de dar cuenta del escándalo que se ha producido por la demanda de la mujer más rica de México, María Asunción Aramburuzabala, contra la esposa del conductor del noticiario de televisión más importante del país, el noticiario del que la mayoría de los mexicanos obtiene su información.

El historiador consultará sus fuentes y leerá el artículo de Jenaro Villamil, en Proceso número 2030. Allí se consigna que López Dóriga se ha hecho rico por un negocio publicitario que presenta información pagada como información periodística. El escándalo se produce, por cierto, en medio de otros más grandes, como el aniversario de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Está inmerso, de hecho, en un sentimiento creciente de desencanto por los políticos, los medios, los partidos, el congreso, la policía: la democracia.

El historiador que trate de tomar el pulso de la época deberá tomar en cuenta que una parte de la opinión pública de 2015 sentía que el país había perdido el rumbo. La transición a la democracia no había resuelto una enorme cantidad de problemas políticos, sociales y económicos: estos sólo se acumulaban. Y la prensa, a pesar del gigantesco cambio en la esfera de las libertades, seguía actuando como en el pasado.

¿Por qué una empresa del tamaño de Televisa –se preguntará el historiador– no había profesionalizado su mayor noticiero? ¿Por qué esa empresa sólo se había puesto al día por medio de un canal de alcance limitado llamado Foro TV?

El historiador podría trabajar sobre esta hipótesis: como en otras esferas de la vida pública, la modernización política trajo efectos contradictorios sobre los de prensa.

Desde la época de Salinas, los periodistas gozaban de mayor libertad de expresión; las leyes de transparencia, por otra parte, instauradas por los gobiernos del PAN, cambiaron las relaciones del poder entre la prensa y el gobierno.

Paradójicamente, los dueños de los medios y algunos periodistas siguieron usando su plataforma como una moneda de cambio por poder político y económico. La televisión, como estaba concentrada en pocas manos, no cambió demasiado, y sus noticieros siguieron siendo fabulosas maquinarias de presión, hasta que perdieron importancia.

Los medios en línea, además de Twitter y Facebook, comenzaron a ocupar un lugar más relevante en el consumo de medios de los mexicanos, que nunca conocieron una televisión abierta a la altura de sus enormes retos.